GESTORES Y ESTADISTAS

01.11.2017 11:36

Hace tiempo que este espectador echa de menos la tutela política, la buena tutela política.

Cuentan que a Thomas Jefferson (siglos XVIII-XIX) le preguntaron en qué consistía el buen gobierno y que éste respondió que consistía solo en escuchar. En estos tiempos, en que todo corre contrarreloj, en que la prisa aplasta nuestra vida como devastadora apisonadora, el acto de escuchar nos parece más un exótico lujo inaccesible que un atributo natural del ser humano. Tanto es así, que los psicoanalistas se ganan la vida escuchando, escuchar es su oficio, venden su tiempo a cambio de no poco dinero.

Cuando se nos viene a la cabeza la imagen de un político, el cerebro suele representarnos a un individuo que, sobre todo, habla y habla, habla incesantemente. Recuerdo que en las distintas entrevistas que tuve ocasión de hacer como periodista a un puñado de políticos, éstos comenzaban a hablar antes de que yo concluyera mi pregunta. Si no estuviera convencido de lo contrario, sucumbiría a la tentación de afirmar que el político es, sobre todo, un lenguaraz impenitente.

Permítanme que antes de etiquetar esta actitud como un recurso tópico en mis siguientes argumentos, busque aquí algo así como un manual donde se defina  adecuadamente al político de nuestro tiempo.

Este personaje no siempre ha sido un orador o un mero lector de discursos, antes que nada era un conciliador. Si para Churchill (entre otros), la política era el arte de lo posible, para nosotros, el político sería algo así como el artista de lo posible, como un milagrero del consenso.  

¿Y nuestro ´político parlanchín´?, ¿qué cosa es el político parlanchín de nuestro tiempo? Recuerden que habíamos prometido un ejercicio de actualización para definirlo.

Para un servidor, esta nueva generación de políticos se asemejaría más a un mero gestor de votos que a un digno representante de la cosa pública. El gestor, primero nos amenaza con sus planes inmediatos de gestión, después nos arenga sobre sus indubitables objetivos y finalmente nos turba el espíritu anunciando sus métodos de aplicación. Mientras, nosotros no hemos abierto la boca. Su carrera de monólogos responde a un programa codificado en clave universal, no hay alternativa.  

Ante esta imponente realidad, el buen gobernante, el hombre de estado (nuestro político original), se difumina frente al coleccionista de votos, frente al legislador compulsivo. El metódico gestor se ha propuesto gestionar (gobernar) solo con su catálogo normativo, con el punto de mira centrado en el logro de sus objetivos.

Frente a ello, el estadista de vocación, ya es remoto pretérito, desapareció de la faz de la Tierra al mismo tiempo que emergía el gestor en el horizonte de la política.

Ahora que Cataluña y España mantienen un descomunal pulso político, un servidor se pregunta dónde están los estadistas, nuestros milagreros del consenso. Cataluña y España necesitan con urgencia la excelencia del buen gobierno, de aquellos que buscan acuerdos hasta enterrarse en las catacumbas de la tolerancia.

La buena política evita refugiarse en el insípido amparo de ley. Es más, el estadista, a veces, necesita ingeniar acrobáticos equilibrios en los límites de la ley.

En estos días de turbulencia, Cataluña y España exigen extraordinarias dosis de verbo, de audaces mañas políticas a la altura del estadista más egregio y generoso.

Los gobiernos de España y Cataluña no se han escuchado, han desparramado sus estrategias a través de estériles monólogos. En esta contienda, los rivales no se conocen, solo saben el uno del otro a través de mensajeros contaminados por el uno o por el otro.

Los gobiernos de España y Cataluña nos han ofrecido un deshonroso espectáculo de holgazanería política, de desidia por el entendimiento, de incapacidad para poner en marcha los inagotables recursos de la política, de torpeza para enmendar los brotes de conflicto.

Por cosas como estas, este espectador cree que España y Cataluña reclaman a voz en grito el concurso de estadistas y no de simples gestores de votos o amateur de la política.