UN ACUERDO IMPOSIBLE

13.07.2015 20:18

Los antiguos griegos (no viene mal la evocación) creían que los dioses fueron creados (*) para resolver los problemas de los mortales (se entiende que de la especie humana). Pues bien, esta vez, los dioses han fallado. Han fallado porque no podían acertar bajo los supuestos que manejaban.

No solamente la deidad europea no ha sabido solventar los problemas de los fieles parroquianos del euro sino que los han enredado aún más. “Nihil boni aeternam”, que diría un romano del viejo Imperio.

Pero, en contra de las evidencias que escrutan los exégetas no doctrinarios, los dioses dicen que sí hubo acuerdo.

El espectador cree que, después del ‘no-acuerdo’, Grecia aún continúa amenazada por un horizonte sombrío, más sombrío del que tenía antes del no-acuerdo y que Europa está más huérfana de líderes solventes de lo que él creía.

Y mientras esto es todo lo que se le ofrece a los  circunspectos ciudadanos  europeos tras largas horas de cónclave, el fiel parroquiano griego se pregunta para qué votó en enero y para qué votó hace un par de semanas. Ese, justamente ese, es el peor de los problemas que tiene el ciudadano griego y el ciudadano europeo.

¿Qué sentido tiene votar cuando los dioses han decidido el destino de los mortales?, griegos o no.

Un acuerdo en el que solo acuerda uno, ¿puede considerarse un acuerdo?

La paz sellada solo bajo las bases del ganador, es el camino más directo para el conflicto.

Europa seguirá prestando dinero a Grecia para que Grecia siga pagando a sus acreedores y ahí se acabó la historia.  El parado, el pensionista, el trabajador y hasta el emprendedor despadrinado, ahora como antes, seguirán igual de trémulos ante su incierto porvenir.

¡Qué más da!, ¿a quién le importa la chusma aunque vista con chaleco y corbata de Carrefour?, cuchichean entre sí los arrogantes y fallones dioses.

-         ¡Usted debe saber que las deudas hay que pagarlas!

-         Pero es que no tengo dinero.

-         Entonces, usted no puede pedir dinero prestado.

Y, a partir de aquí, el mortal ya no entiende nada de lo que viene después. O los dioses hablan otro idioma o el mortal se equivocó de dioses.

Y, con toda seguridad, en no mucho tiempo, los parroquianos griegos tendrán que votar de nuevo para que nada cambie o para salir del Olimpo del euro. El premio - ¿premio? - o el castigo.

Después de todo, uno tiene la sensación de que los dioses se mutaron en mortales o que nunca fueron dioses.

Quizá, en el Olimpo, todavía no se han enterado de que algo ha cambiado en el subsuelo de su hermético, idílico y artificial mundo.

Las modernas redes sociales (delicioso invento al indiscriminado servicio de los mortales parroquianos) despojan al Olimpo de los viejos tópicos que lo han mantenido vivo por mucho tiempo de intocable y falsa infalibilidad. Ahora solo hace falta que emerjan nuevos dioses que, además de prometerlo, sepan arreglar los problemas de los mortales y se hagan con las llaves de la nueva morada divina. 

El nuevo mundo empuja y el viejo mundo se defiende con  su peor y más casposo repertorio coercitivo. Pero el cambio ya no se puede parar, solo espera la llegada de sus mejores dioses para salir a la superficie y volver a empezar. Algunos sienten miedo, otros sienten alivio.

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(*) La pregunta de quién creó a los dioses, mejor la soslayamos ahora para evitar conflictos indeseados.