¿Catástrofe o prosperidad?

07.10.2015 10:43

De unos meses para acá me viene a la memoria con sospechosa frecuencia como hace algunos años unos cuantos periodistas tildábamos de catastrofistas – el tiempo nos demostró cuán equivocados estábamos – a un puñado de economistas que advertían de los malos tiempos que se avecinaban para España.

Estos ‘anacrónicos presagios’, que vieron la luz mediada la década de los años 2000, fueron interpretados por el oficialismo ibérico de entonces como agoreras blasfemias vomitadas por la ola de incredulidad que entre algunos analistas, sobre todo procedentes del exterior, suscitaba una España insultantemente próspera en medio de un panorama económico global que ya impregnaba la atmósfera de un cierto hedor a crisis.

Años más tarde supimos que aquellos blasfemos tenían razón. Habían anticipado cabalmente el borrascoso futuro que se cernía sobre la inmensa mayoría de los españoles. Es más, ahora sabemos que no pocos de aquellos ilusorios aguafiestas padecieron de una cierta miopía al mensurar la intensidad y la duración de la catástrofe que se nos venía encima.

Transcurrida una década desde aquella horripilante y certera profecía, en estos días vuelven a emerger voces que advierten de nuevas turbulencias que amenazan nuestro horizonte económico. El oficialismo ibérico (siempre hay un oficialismo ibérico), trata de sofocar los sombríos pronósticos con inútiles fuegos de artificio al estilo de la más rancia e hispana tradición política. 

Uno, que ya ha ido aprendiendo la lección tras muchos años de  observación y análisis, sabe que el mejor seguro para la España no intervenida no hay que buscarlo más allá de un Gobierno del Partido Popular.

No por ello, el infatigable espectador deja  de preguntarse por el destino al que nos lleva el timón de una política económica tan lúgubre como la implementada aquí en los últimos años. Eso sí, no más lúgubre que la sustancia financiera y empresarial que la sustenta y legitima.

Durante décadas hemos oído hablar del primitivismo de los sindicatos españoles y del déficit profesional de los trabajadores. Sin embargo, ahora que los sindicatos no son más que una reliquia testimonial y muchos de los trabajadores una legión de jóvenes hipertitulados arrastrándose por un empleo basura, también debemos cuestionar la puesta al día de una buena parte de nuestro tejido empresarial, impermeable a una ineludible profilaxis anti envejecimiento.

Pero es cierto que los años pasan para todos y la experiencia reciente nos enseña como entre los muchos déficit de nuestra confortable Europa está el de no haber sabido neutralizar el tsunami asiático, cuya praxis industrial ha dejado a la intemperie las vergüenzas del caduco sistema productivo europeo. La economía europea languidece consumida por la herrumbre de los años.

De vuelta a casa, anclados en la vieja receta germánica de exaltación del control presupuestario, ahora resulta que el Gobierno del Partido Popular, según nos cuenta Bruselas, ni siquiera parece capaz de controlar el déficit después de sumergir al país en un fango de miseria y continua degradación económica y política.

Tantos años de sufrimiento, de reformas a rajatabla, de cadáveres apilados en la cuneta de la crisis para llegar al mismo punto desde donde iniciamos tan frenético e inútil maratón. Pero no teman, la conservaduría está en el poder y Bruselas consentirá. Mientras no gobierne la progresía, los jefes-as al cargo de este invento no ordenarán intervenir a España.

Y los que no estamos en la conservaduría cavernícola ni en la siempre reconvertida progresía seguimos preguntándonos hacia dónde vamos, qué futuro espera a las nuevas generaciones de un país que se jacta de tirar del crecimiento europeo mientras un 22 por ciento de su población activa busca trabajo a cambio de calderilla.

Ahora ya estamos seguros de que la inmisericorde aplicación de las múltiples medidas de austeridad llevadas a cabo por el Gobierno, entre el aplauso entusiasta de la cúpula bruselense, no ha logrado disipar los negros nubarrones que se acumulan en nuestro horizonte económico. Algunos lo habían advertido, pero las mayorías absolutas suelen ser pétreas a las advertencias.    

Un servidor, que siempre ha tratado de mantenerse en el fiel de la balanza, sospecha angustiado que un eventual cambio de Gobierno a partir del próximo 20 de diciembre podría ser el detonante de una nueva tormenta en nuestra economía.