¿Pólvora mojada?

11.03.2016 12:25

¿Es pólvora mojada la munición del BCE? No, no exactamente. El sistema de irrigación del Banco Central Europeo (BCE) es fuerte, potente e ilimitado, pero es como el circuito cerrado que refrigera el motor de un automóvil. Como el coche, el conjunto de una economía necesita más artilugios para funcionar.

En varias ocasiones, no pocos economistas se han pronunciado sobre la necesidad de que la porción política del euro también haga su trabajo en términos de fiscalidad. Así es, si la fábrica hace bien su cometido de ensamblaje, el coche funcionará.

El BCE riega el mecanismo financiero de la zona del euro, pero este mecanismo solo funciona como un intrasistema. En su mayor parte, la liquidez que el regulador monetario inyecta entre los bancos, se queda en los bancos. La profunda crisis de la economía mundial, desatada tras la caída de Lehman Brothers, ha dejado una perenne impronta de desconfianza en el conjunto del sistema financiero. Básicamente, los bancos continúan aprovechando la captación de dinero barato para parchear sus desconchones.

Por otra parte, el nulo nivel de retribución asociado al precio oficial del dinero desincentiva la principal función de los bancos. De hecho, el sistema bancario se enfrenta con dos nebulosas que traban la función básica de su negocio: la escasa rentabilidad de sus préstamos y el todavía alto porcentaje de fallidos.

Pese a todo, el BCE garantiza la pervivencia del sistema financiero, un aspecto que ni siquiera parecía tan claro, tan solo 4 ó 5 años atrás. Si son creyentes, den gracias a Dios.

Estas excepcionales circunstancias, que impregnaron con virulencia el sistema financiero mundial desde el 15 de septiembre de 2008, han llevado a un amplio y variado estado de opinión entre expertos que, desde mi óptica, no siempre es acertado.

Las dudas que genera la capacidad del BCE para sostener el sistema financiero son infundadas en la medida que la propia naturaleza funcional de la institución le asegura el suministro de munición sin restricciones. Es cierto, sin embargo, que la eficacia de los pertrechos está localizada en un sistema muy poco permeable y, por consiguiente, de alcance limitado. A partir de ahí, es donde debe ejercitarse la terapia política.

El plan colateral de inversiones por un montante inicial de 300.000 millones de euros en tres años, promocionado bajo los auspicios del presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, parece reducido a papel semimojado, entre otras cosas, por la extraordinaria lentitud de la burocracia bruselense en poner en marcha sus propios proyectos.

La desalentadora asimetría fiscal de la zona euro, cuando se acerca a los 20 años de existencia, también lastra la capacidad de respuesta de la moneda única a la hora de afrontar situaciones de crisis. El mercado financiero y los ciudadanos perciben que Europa funciona como un mosaico regulatorio, inducido por estructuras y coyunturas políticas-económicas, a veces, tan heterogéneas como irreconciliables. Personalmente, estoy convencido de que el presidente del BCE, Mario Draghi, podría ilustrarnos mucho sobre estos aspectos, quizá en el papel de víctima principal.

Sinceramente, no imagino en qué podrían ponerse de acuerdo Alemania y Grecia en el momento de diseñar sus políticas presupuestarias. Por desgracia, ahí no se acaba el repertorio de ejemplos.

La evolución de los precios en la zona del euro hasta instalarse en la frontera de una coyuntura deflacionaria - fenómeno muy estrechamente ligado a las consideraciones precedentes - constituye, tal vez, la mayor preocupación de Draghi. Tal hipótesis, sería perfectamente comprensible a la vista de las múltiples disfunciones que una larga fase de precios en zona negativa provoca sobre cualquier economía. A este respecto, déjenme que cite el demoledor efecto de la deflación en la valoración de la deuda, ahora que este componente se ha convertido en un serio problema para no pocos de los países de la moneda única sumergidos en sus respectivas cruzadas contra el déficit público.

La extrema cautela, cuando no clamorosa desconfianza, del sistema financiero en hacer fluir adecuadamente la liquidez, constituye uno de los tapones más herméticos para la normal circulación de la inversión y del consumo. Es obvio, que si el aliento del BCE al sistema bancario no es suficiente para desbloquear los tradicionales canales de la liquidez, la inversión pública debe prestar respaldo a la institución monetaria. A buen seguro que los beneficios de esta estrategia de solidaridad serán más evidentes que sus perjuicios.   

Sin embargo, la proverbial política de austeridad económica promocionada por algunos países de la moneda única representa un eficaz contrapeso a cualquier intento de catalizar el consumo y la inversión.        

La deflación es un proceso extraordinariamente complejo y nocivo que no solo puede explicarse por causas estrictamente económicas. Además de éstas, existen componentes psicológicos de muy difícil evaluación. La prolongación indefinida de un índice negativo de precios puede perpetuarse tanto tiempo como el que exija la percepción del universo consumidor para cambiar la visión sobre la salud de su bolsillo y del conjunto de la economía. Japón nos enseñó que pueden pasar décadas antes de que eso suceda.  A veces, puede ser necesario algo más que préstamos baratos para consumir.