¿VAMOS A VOTAR?

08.06.2016 12:51

Hace mucho tiempo (tal vez demasiado) que los ciudadanos vamos a votar (los que aún votamos) sin convicción en esta España variopinta. Sí, votamos como arrastrados por un extraño encantamiento que nos condena a pasar por las urnas cada cuatro años (a veces menos). Para representar a este personaje asombrosamente perseverante, ya no es suficiente la viñeta de un ciudadano depositando su voto con una pinza en la nariz (ya no es solo una cuestión de olor). Ahora, es muy apropiado añadir al dibujo una cara desencajada por el gesto de un insufrible dolor (votar también se ha convertido en una cuestión de estómago).

En estos tiempos, al ciudadano, se le retuerce el estómago cuando va a votar. Si no sufre, no va a votar o no es ciudadano.

El ciudadano se desgarra por dentro abrumado por un sentimiento de traición, de deslealtad, de deshonra. Da igual, va a votar.

-         ¿Cómo vamos a renunciar a nuestro más legítimo derecho como ciudadano?

-         ¡Estos mequetrefes, disfrazados de santurrones de alcoba, no conseguirán que dejemos de votar!

Sabemos que los impuestos subirán en lugar de bajar, sabemos que se crearán un millón de empleos basura, sabemos que la corrupción seguirá siendo presunta y que habrá que seguir recortando los sueldos para ganar competitividad. Sabemos todo eso y muchas más extravagancias, pero iremos a votar. Sí, iremos con una pinza en la nariz y con un fuerte dolor de estómago, pero iremos. Tal vez nunca antes fue tan trágico el destino de los que todavía votamos, pero, ¿cómo renunciar al más auténtico derecho que posee el ciudadano?

Inasequibles al desaliento seguiremos votando ‘así nos cueste’ como, allá por los setenta del pasado siglo,  cantaba Inti Illimani, reproduciendo un texto de Luis Advis. ¿O era Quilapayún?, ya no lo recuerdo. Sea como fuere, Luis esperaba y nosotros votamos.

Recuerdo a mis 22 años recién cumplidos, miliciano por obligación en aquella época, me dirigía al colegio electoral trasladado en volandas por el ajetreo del entusiasmo. Sí, iba a votar como alma que lleva el diablo no fuera que alguien prohibiese el voto a última hora o cerrara el colegio electoral por decreto. Iba a toda prisa, rebosante de ilusión porque ya me sentía un ciudadano de hecho y de derecho. Imagínense, un servidor codeándose con los ciudadanos de la vieja Europa, con la aristocracia de la libertad. ¡Ya era tan europeo como el resto de los europeos!, ¡ya podía votar algo más que una amañada ley orgánica!

¿Qué ha pasado en estos 40 años desde la primera vez que deposité una papeleta en una urna?

Un servidor ha ido haciéndose mayor y ahora los cuatro años pasan muy rápido, tan rápido que es como si no hubieran pasado. Sin embargo, aquel que sufre del estómago cuando va a votar, aquel que lleva la nariz tapada (¿recuerdan?) me contó que los últimos cuatro años han pasado y que han pasado muchas cosas que un servidor prefiere no recordar.

¿Vamos a votar?