CARTA ABIERTA A LOS SEÑORES PRESIDENTES

29.09.2017 13:21

Ahora que la disputa ha llegado a un punto sin retorno, tal vez convenga llamar a las cosas por su nombre, sin retóricas ni eufemismos. Colocar a cada uno donde se merece puede ser un ejercicio sano e ilustrativo, puede que nos dé una idea aproximada de con quién nos estamos jugando el futuro.
Un montón de mortales ciudadanos nos venimos preguntado, de un tiempo para acá, por qué unos cuantos señores nos metieron en un tren que no queríamos coger, un tren desenfrenado y con destino incierto para el que nunca pasamos por taquilla.
Cataluña y España enfrentadas en una espiral de agravios perversos y falaces. Dos líderes a piñón fijo, dos cohortes incapaces de tutelar la política y dos pueblos atónitos, abrumados por la inquietud.
El presidente del Gobierno siempre ha practicado una política basada en la ceguera y en la sordera, incapaz de entender el significado de otras perspectivas y de otras voces. En no pocas ocasiones, ha ejercido el poder desde la mentira y el despotismo, arrogándose para sí no sé qué logros que, cuando los ha habido, su mérito ha correspondido a otros.
Señor presidente, ahora aprovecho para decirle que si España fue salvada de la intervención soberana no fue gracias a sus dotes malabares, sino al Banco Central Europeo bajo los auspicios del señor Draghi y con el visto bueno de la señora Merkel. Eso sí, el sacrificio le correspondió a la parte más vulnerable de sus conciudadanos. La banca se salvó de la quiebra, pero no pocos españoles, aun hoy, sobreviven gracias a sus mayores y a los comedores del auxilio social. Usted les agradeció el sufrimiento con la Ley mordaza.
Nada de lo que usted diga o haga me incumbe y lo único que intento, por todos los medios lícitos, es mantenerme bien lejos de sus decisiones y evitar que me salpiquen.
Es posible que en su cruzada anti referéndum le asista la ley pero, como siempre, no ha dejado lugar a dudas sobre su irritante y proverbial incapacidad política para manejar la mano izquierda cuando, demasiado a menudo, le falla la derecha.
Señor presidente, en este, como en otros tantos asuntos, no se trata de hacer políticas progresistas o reaccionarias, de izquierdas o derechas, libertarias o liberales, solo se trata de que esas muy humanas virtudes a las que usted constantemente apela, recuperen sus más primigenios valores. Usted me ha enseñado a desconfiar de la sensatez y del sentido común como eminentes instrumentos para guiar mi vida. Nunca lo hubiera sospechado.
El president del Govern ha ignorado el santo y seña de un estado de derecho: la ley. Ningún argumento, ninguno, puede justificar pasar por encima de la esencia misma de la democracia.
Es posible que el señor vicepresident, cegado por su entusiasmo patrio, haya confundido democracia con corazón, pero usted, señor president, tiene la obligación de no involucrar a más de siete millones de personas en una travesía de consecuencias imprevisibles.
Cataluña siempre nos ha mostrado la mejor cara del sentido común y de la sensatez, nos ha enseñado a dirimir las diferencias con un muy apreciable sentido de la mesura y hasta del humor. Lástima que tales virtudes, esta vez no hayan sido suficientes.
Apelar a los valores democráticos a la vez que se vacían de sus más elementales contenidos, podría asemejarse más a la representación de una ópera bufa que a una legítima reivindicación. El estado de derecho no admite ni atajos ni trucos argumentales. En ocasiones, la democracia puede parecer exasperantemente vulnerable, pero en eso consiste su virtud. Arrojar la democracia a la hoguera en nombre de la democracia a buen seguro que amenaza el futuro con la peor de las dictaduras.
Señor president, usted es corresponsable de involucrar a los ciudadanos de Cataluña en una aventura arriesgada a través de una senda engañosa. Tengo la impresión de que su govern ha manipulado los afectos patrios para satisfacer objetivos espurios no desvinculados de la pragmática política, no siempre noble y transparente.
Señores presidentes, alimentar el proselitismo patrio con la desafección es como construir un gigantesco edificio con cimientos de barro, el derrumbe será inevitable. Da igual quien sea más culpable, da igual quien empezó primero, da igual quien seduce mejor y con qué argumentos. El futuro está condenado al fracaso y los ciudadanos tenemos derecho a no fracasar.
Señores presidentes, si algo sale mal en este aventura, este ciudadano les responsabilizará a ustedes de su elección.