CUANDO LAS ACELGAS CREAN EN DIOS

06.10.2016 17:23

Los que somos frágiles de fe y preferimos mirar al cielo antes que empeñar una rogativa para citarnos con la lluvia, hemos concluido que solo un milagro podrá redimir electoralmente al PSOE en el corto plazo. Por tanto, nada podrá evitar que la socialdemocracia española vague por la penumbra del poder durante una larga temporada.

En cosas de política, los méritos y los deméritos raramente son atribuibles a la casualidad, más bien suelen orbitar en el ámbito de la muy deliberada voluntad. El PSOE está donde ha querido estar.

Después del incalificable adefesio socialista del pasado fin de semana, tratar de cargar todo el estiércol sobre una sola espalda sería tan grotesco como intentar parcelar el Mar Mediterráneo en base a los criterios alumbrados bajo la luz de las Guerras Púnicas.

Si bien es cierto que el histórico hundimiento socialista de los últimos dos años ha sido coetáneo al liderazgo de Pedro Sánchez, no es menos cierto que el declive del PSOE comenzó a gestarse mucho antes de que se designara al efímero secretario general, en tiempos no ajenos al protohistórico caudillismo ‘felipista’.

El historiador novecentista Américo Castro ya nos advirtió de que si no escribimos bien la Historia, nunca llegaríamos a entenderla

¿Debemos responsabilizar a Sánchez del desastre socialista? No, solo podemos señalarle con el dedo por no haber sido mejor que sus predecesores. Algunas dosis de arrogancia y otras de excentricidad se aliaron contra él y contra su Partido. Nada nuevo bajo el Sol.

¿Qué hubiera sido más rentable para los intereses del PSOE, dar luz verde vigilada a un nuevo mandato Popular o defender un heroico ‘no’ hasta sus últimas consecuencias? Con el cadáver aún caliente sobre el lecho de muerte, tal vez resulta fácil responder al dilema.

Aunque un servidor siempre ha tenido serias dudas de que el ‘no’ de Sánchez fuera homologable al ‘no’ de los más auténticos corazones socialistas, creo que hubiera sido más saludable para el PSOE (no hablamos de la salud de España) mantener la tenaz negativa del depuesto líder que la calculada ambigüedad de sus detractores. Cuando menos, el ‘no’ habría alimentado el más límpido anhelo socialista en contraste con la muy contaminada abstención.

Una vez más, el tiempo dará su veredicto, aunque no hubiera estado mal priorizar las ventajas del largo sobre el corto plazo.

Hoy mismo, en un gesto de dudosa magnanimidad, el líder conservador ha prometido al vencido y humillado ejército rojo que aceptará, sin condiciones, los votos socialistas para lograr su investidura. Hasta hoy, un servidor creía que el que condicionaba los votos era el que los prestaba y no al revés. Según parece, la estrategia socialista no ha podido ser más devastadora.

¿No os da un  poco de pena ver a estos marchitos mandarines del poder convertidos en el valioso botín de su eterno rival, en el felpudo de la democracia?

Ya nada será como antes para estos aprendices de brujo que, en lugar de implorar la indulgencia de su militancia por la cadena de errores cometidos durante años, intentan edulcorar su fracaso con diatribas tan inútiles como escasamente convincentes. Será difícil que el añejo militante socialista logre olvidar la chabacanería desatada del pasado sábado.

Bien es cierto que, de esta guisa, también hemos aprendido que la nueva política es tan vieja como la de siempre y que solo la campana ha salvado al conservadurismo rajoniano del k.o técnico. Como el ofertón, todo nos lo han vendido por el mismo precio.   

Y sin el ofertón, al menos sabemos dos cosas con certeza absoluta: el PSOE ha muerto y solo un milagro resucitó a Lázaro. Nosotros creemos que el PSOE solo volverá a gobernar cuando las acelgas crean en Dios.