CUESTIÓN DE CONVICCIONES

20.07.2014 12:30

El Perplejo Espectador tenía un amigo que guiaba su vida - al menos eso decía él - por pálpitos, corazonadas. Todas sus grandes decisiones las ponía en manos de la intuición, de la "metafísica discrecional". A mi me parecía que eso era un auténtico paradigma de la excentricidad. El amigo del Espectador era un brillante matemático.

 

Un servidor, más visceral que nuestro matemático, siempre he determinado que las decisiones deben subordinarse a las convicciones, que en materia de moral - ¿existe eso? - podríamos llamar principios. Ya ven ustedes, cada uno es como es.

 

Cuando converso de política, de los políticos, del Gobierno, con algún amigo suelo padecer un proceso de gradual irritación que debo disimular interrumpiendo bruscamente la plática preguntándole a mi interlocutor si le apetece degustar una taza de café, bien cargadito, que me ha traído mi prima Mariló desde Colombia.

 

Y créanme ustedes si les digo que este cambio de humor que me va invadiendo a medida que avanza la conversación, no tiene nada que ver con ideologías ni nada parecido, solo es una cuestión de principios. Y me pongo en lugar del votante, el que cada cuatro años va a las urnas a construir la democracia con su pequeña aportación, para constatar poco después que quien le pidió su confianza, en realidad le estaba engañando a conciencia. Solo quería su voto a cambio de poder.

 

- Bueno, eso lo hacen todos.

- Sí, pero unos más que otros.

 

Creo yo que una cosa es incumplir el programa electoral y otra es darle la vuelta.

 

Imagine por un momento que usted decide ir al cine con el propósito de ver Casablanca, pero la película que tiene ante sí es la última versión de los Picapiedra. De improviso, Humphrey Bogart e Ingrid Bergman se han transformado en Betty y Pablo Mármol. Quizá usted, incluso simpatice con esos personajes, pero ahora son unos intrusos en la sala. Su primera reacción podría ser la de exigir a la taquilla la devolución del importe de la entrada.

 

Pues bien, algo parecido acontece con los programas electorales. Algunos, escépticos desde luego, dicen que están para no cumplirlos, pero entre no cumplirlos y metamorfosearlos hasta el antagonismo existe un apreciable recorrido.

 

Por eso, cuando veo (suelo evitarlo) la cara de nuestro presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en la televisión lanzando uno de sus adoctrinadores y moralizantes speech, me pregunto quién es él. Ni el propio Kafka hubiera conseguido un resultado mejor.

 

Ahora, todo lo que dice Rajoy lo paso a una larga cuarentena, como el PC (el ordenador) confina en el baúl cualquier morfología sospechosa de virus.

 

No, no se trata de pedir El Dorado, se trata de exigir que el menú se parezca a lo que dice la carta. 

 

Poco antes de las elecciones de noviembre de 2011, en un programa de televisión donde intervenían distintas personas aportando su opinión sobre materias de diferente naturaleza (suelen conocerse como tertulianos) estaba invitado el entonces candidato a la presidencia del Gobierno del Partido Popular, Mariano Rajoy. Uno de los intervinientes le preguntó a Rajoy de qué modo acabaría con el paro. Rajoy se quedó en blanco, no acertaba a decir palabra. La situación era tan grotesca y atípica que el tertuliano que le formuló la pregunta, creo recordar que Pedro J. Ramírez, intervino apresuradamente para dejar claro que Rajoy olvidó sus anotaciones y cambió rápidamente el tercio.

 

Pueden imaginar la sensación que produjo este hecho entre una buena parte de los televidentes, algunos de los cuales llegamos a la conclusión de que Rajoy ignoraba absolutamente de qué forma iba a acabar con el paro, a menos que lo leyera en la chuleta de turno.

 

Eso me recuerda a que el asesor económico del PSOE en tiempos de los socialistas en la oposición, Jordi Sevilla, le susurró al oído a José Luis Rodríguez Zapatero tras un speech de éste poco antes de ser elegido presidente del Gobierno, que su ignorancia en materia económica tendría remedio en solo dos tardes.

 

¿Esto es lo que nos merecemos?

 

- Bueno, usted tampoco es perfecto. Ni siquiera es la reserva espiritual de Occidente.

- Ya lo sé, pero yo no aspiro a presidente del Gobierno.