DERECHA E IZQUIERDA O LA MUERTE DE UN DEBATE

24.04.2014 13:36

Referirse ahora a la existencia de la militancia ideológica parece tan impreciso y arbitrario como hablar de justo o injusto. Casi entraría en la categoría de anacronismo, sensu stricto.

¿Existe la ideología?

Desde la perspectiva de la historia del pensamiento parece ocioso formular esta cuestión en la medida que inevitablemente topamos con una sola respuesta. Lo podemos constatar cuando cae en nuestras manos algún libro de Karl Marx o de Max Weber. Para ellos, la esencia del pensamiento carecería de sentido sin el patrocinio de la dialéctica. (1)
Pero desde la perspectiva de nuestros días, la cuestión cambia de un modo palmario. Las ideologías se han batido en retirada ante la implantación universal de la economía de mercado que abrió las puertas al pensamiento único. Daniel Bolotsky ilustra sobre este asunto. (2)

Desde estas premisas, ¿qué queremos decir cuando afirmamos que fulano de tal es de derechas o de izquierdas?

Veamos:

Cuando hoy la gente común habla de derechas e izquierdas subyace en tales términos una atribución genérica que no describe tanto una posición ideológica como un estilo de vida, una celda de interacción social. Se trata, desde luego,de una definición genérica, sin ninguna pretensión científica pero que puede resultar útil para andar por casa.

Desde esta óptica, suele identificarse al “individuo de derechas” con una persona que goza de un cierto grado de confort vital, en oposición a la azarosa existencia del “individuo de izquierdas”. Para el primero, la certeza forma parte de su día a día mientras que para el segundo, su cotidianidad está trazada por la incertidumbre. Estos serían los rasgos básicos de una dualidad aparentemente irreconciliable.

En base a estas coordenadas, tanto el individuo de derechas como el de izquierdas suele responder a unos estereotipos consistentes con su experiencia vital.
Esto explicaría las razones por las que el individuo de derechas difícilmente se plantea trabas morales ante determinadas conductas comúnmente admitidas como de dudosa reputación,
particularmente frecuentes en el ámbito de la economía. Para este perfil, tales conductas forman parte de su mismidad, es consustancial a su existencia y no se plantea la bondad o maldad de sus acciones, simplemente forman parte de su vida ordinaria heredada genéticamente.

Por ello no es raro ver a estos individuos - cuando circunstancialmente se encuentran ante un tribunal de justicia para dar cuenta de actos relacionados con episodios de corrupción - con un gesto de estupefacción, reconociéndose incapaces de entender qué razones les han llevado hasta allí. Para ellos, aspectos como el dinero o el poder no son bienes adquiridos productos del esfuerzo, sino derechos adscritos. Apenas entienden que pueda haber otros estilos de vida y se escandalizan cuando tienen noticias de que sí los hay.

Distinto es el caso del individuo de izquierdas. Este perfil, normalmente identificado con la necesidad y la precariedad, suele interactuar socialmente de la mano de un elenco más o menos inexorable de moldes éticos que podrían llegar – en el mejor de los casos - a complicar sus convicciones morales, en caso de incumplir los esquemas ordinarios de su conducta, algo cada vez más frecuente. Para él, su esencia vital es el maniqueísmo.

Nuestro Siglo XXI - una parte del siglo anterior tampoco fue ajeno a ello - ha reducido a cenizas una porción sustantiva del debate ideológico ante la ausencia de los actores principales en el escenario. Derechas e izquierdas han sido vaciadas de sustancia haciendo imposible la interlocución intelectual.

Derechas e izquierdas conviven ahora en un escenario ficticio o, si lo prefieren, puramente imaginario, donde la relación dialéctica y, por ende el debate, ha sucumbido ante el arrollador pragmatismo de nuestro tiempo.

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(1) En este punto es obligado anotar, siquiera anecdóticamente, que la dicotomía derecha-izquierda diluye el debate ideológico, al menos en España, desde que Felipe González antepusiera socialismo a marxismo.
(2) Bolotsky (Daniel Bell) solo conoció parcialmente el proceso de la globalización en los años finales de su vida. De haber tenido más noticias sobre ello, probablemente hubiera radicalizado su discurso en “El fin de la ideología (1960)”.

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