EL FALSO RIESGO DE PODEMOS

07.11.2014 10:59

Pese a la oleada de entusiasmo y temor igualmente repartidos, a la luz de la experiencia, parece razonable rebajar las expectativas que Podemos ha suscitado entre el electorado.

Si la formación que lidera Pablo Iglesias tiene vocación de poder y, todo apunta a que sí, inevitablemente tendrá que bajar el listón de su ideario. En el caso de que Podemos llevase a cabo su programa de gobierno tal como lo describió en las pasadas elecciones europeas, entonces no llegará a La Moncloa, ni en coalición.

En las sociedades occidentales, el sistema político-económico neoliberal ha echado tantas raíces que tratar de arrancarlas sería un trabajo tan laborioso como inútil. Un parecido intento en Iraq - con las coordenadas opuestas - desencadenó un desastre que todavía perdurará por muchos años.

Pese a la tendencia globalizadora del planeta, las diferencias culturales persistirán a lo largo del tiempo y lo más sensato que podríamos hacer sería tratar de convivir lo mejor posible con ellas en lugar de tirarnos los trastos a la cabeza.

En un escenario económico devastado por la crisis, por la corrupción y por la falta de expectativas de una pronta mejoría, la aparición de una fuerza pertrechada de honestidad y aliento popular tiene un efecto inmediato de esperanza sobre buena parte de un electorado devorado por el hartazgo, lo que también incluiría la fantasmal mayoría silenciosa.

Pero, con carácter general, con la misma velocidad que se aproxima la posibilidad real de poder para estas emergentes posiciones políticas, también se va alejando su entusiasmo revolucionario.

Al revés de lo que suelen afirmar los partidos tradicionales, no es el electorado o, por lo menos no su mayor parte, el que enfría su confianza en estas ilusionantes alternativas cuando llega el momento de votar, son estas alternativas mismas las que se alejan de sus promesas electorales sacudidas por un golpe de realismo político.

Ello nos lleva a creer que lo mejor y lo más bonito de la relación entre Podemos y su teórico y creciente electorado, lo estamos viendo ahora.

Poco a poco, a medida que se acerquen los comicios generales y sigan intactas las posibilidades de triunfo de Podemos, veremos encoger su carismática doctrina hasta una altura similar a las doctrinas de las “castas”.

No hay nada nuevo bajo el firmamento de nuestro viejo y oxidado mundo occidental pese a que cada vez disponemos de menos aire para respirar.

 A título personal, no puedo por menos que sorprenderme cuando escucho por ahí que la docta y omnipotente comunidad financiera está temerosa ante el avance de Podemos en los sondeos. Me decepciona este inesperado rasgo de ingenuidad.

Por más que duela, debemos asumir que Occidente tiene poco que ofrecer para encender el entusiasmo de sus deprimidos ciudadanos y, lo que es peor, tampoco  parece que ninguno de los otros tres puntos cardinales esté en condiciones de poner más emoción a nuestro futuro.

Esta formación, que dice no ser de izquierdas ni de derechas, seguirá siendo lo que quiera que sea mientras sea oposición pero, si algún día alcanza el poder, se transformará en un alevín conservador o progresista, quizá con algunas dosis más de cafeína que esa izquierda o derecha que ahora dice no ser.