ALEMANIA O EL MAYOR PROBLEMA DE EUROPA

09.04.2015 11:19

Cuando retomé la escritura de “El Catalejo” tras algunos años de abandono no deliberado, no podía imaginar que el premio nobel de Economía, Joseph Stiglitz, y un servidor estaríamos de acuerdo en señalar con el dedo el mismo blanco como principal responsable del mayor problema que estos días encoge el corazón de Europa.

No he tenido el honor de conocer a Stiglitz y no creo que nunca me llegue esa ocasión, pero sí parece que las aguas del Atlántico han menguado cuando desde la gigantesca City neoyorquina y desde el pequeño pueblo leridano de Bell-Lloc, hemos coincidido en emitir un mismo juicio, obviamente sin acuerdo previo. Ambos creemos que el problema de Europa es Alemania y no Grecia.

¿Estupidez o anatema?

Francamente no lo sé, pero aún reconociendo mi ilimitada capacidad para manejarme bien en las tablas de la estupidez, me resulta del todo imposible atribuir semejante habilidad al profesor Stiglitz. Debo reconocer que tal reflexión me reconcilia un poco conmigo mismo.

¿Anatema pues?

Esto sí tiene alguna similitud con lo que aquí pretendo plantear. Con toda certeza, desde la retórica de la cúpula política europea y, muy probablemente también, desde el escrutinio de los exégetas financieros, quienes sostenemos semejante opinión deberíamos estar más cerca de la excomunión que de la práctica de la libre expresión.

¿Alemania es el problema de Europa? ¿Cómo es posible que el principio intelectual y motor de Europa pueda ser el principal problema de sí mismo? La Historia nos ha enseñado que no solo es posible, casi podríamos decir que es una constante en el viejo continente. La Europa de hoy, como la de antaño, también lleva implícito el germen de su descomposición.

Parafraseando a un notable pensador de nuestro tiempo podríamos decir que “de nada nos sirve tener la razón si no somos capaces de enseñarle amablemente al mundo que está equivocado”.

Nadie duda de la intrínseca bondad de minimizar hasta lo posible el déficit público o de no gastar más de lo que se tiene, pero hay que dejar una puerta abierta para que los rezagados en la práctica de tales virtudes puedan llegar a la meta con un nivel mínimo de oxígeno que les permita la supervivencia.

Este asunto nos llevó a afirmar hace algunos meses que, de continuar las cosas como ahora están planteadas en Europa, el destino de Alemania más se parecía al de un tísico encabezando un fantasmal ejército de espectros desnutridos que al de un líder al frente de un compacto bloque de países agrupados en torno a muy saludables principios al servicio del interés común.

Dudo mucho de que las recientes maniobras de aproximación entre la Grecia de Tsipras  y la Rusia de Putin tenga un propósito distinto al de la mera ductilidad diplomática. No obstante, también creo que no debe desestimarse del todo un mensaje de rebelión de nuestros muy estimados socios helenos dirigidos, en parecida proporción a la Comisión Europea, al Banco Central y a la mismísima Angela Merkel.

Como corresponde al más sublime rito de la democracia, Grecia habló en las urnas y nada ni nadie pueden arrogarse el derecho de situarse por encima de la voluntad de los votos.

Entre la indiferencia de quienes estaban decidiendo su destino, los ciudadanos griegos expresaron no hace mucho su inequívoca voluntad de cambio tras varios años de obligarles a correr un maratón sin apenas tiempo para tomar aire.

Aquellos que confunden las políticas de austeridad con el régimen de la miseria son los mismos que arrastran el estigma de la desintegración del viejo sueño paneuropeo pese a que pretendan convencernos de lo contrario. En este sentido, me sorprendieron mucho las recientes palabras del gobernador del Banco de España. Estoy seguro de que no tardará en matizar esa parte de su exposición.

A los responsables de la política común europea y solo a ellos, corresponde la tarea de aportar soluciones cuando emergen los conflictos, pero siempre subordinados al principio incondicional del respeto a la voluntad de las urnas. En caso contrario, nosotros, los ciudadanos, estamos obligados a exigir su rectificación o, si llega el caso, su renuncia.