EL SILENCIO DEL ELECTOR

15.05.2015 13:01

Uno tiene la sensación de que todo está escrito, de que nada queda por descubrir en esto de la política, hasta que súbitamente nos asalta el enésimo torbellino que invade el espacio público sacándonos de la espesa modorra electoral agravada por el ’caloret’ del estío prematuro.

En estos tiempos de sufragio en que los ciudadanos sufrimos sin paliativos, de repente altera el tácito orden universal de la estética la ridícula estampa de dos personajes montando en bicicleta. Rajoy y Aguirre nos advierten grotescamente de que las cosas siempre pueden ir a peor en La Moncloa o en el Ayuntamiento de Madrid, que todavía nos falta por tragar más pócima hedionda y putrefacta.

Dos ciclistas de presunta vocación tardía toman el asfalto de la Villa y Corte, mientras una atónita policía local reza para que a la Espe no le dé por aparcar el chisme en algún carril bus de la Gran Vía. Esta vez la condesa de sangre azul va acompañada del jefe y cualquier anomalía en el tráfico sería más violenta e inmanejable para la autoridad municipal que la anterior.

¿Hemos visto todo lo que esperábamos ver?

Después de que Albert Rivera - ¿o deberíamos decir Alberto? – haya amenazado con jubilar a todo bicho político mayor de 40 años o de que hayamos escuchado los atronadores exabruptos del sosegado Pablo Iglesias, es lógico que nos inquiete la duda sobre si todavía veremos alguna extravagancia más en este circo estacional.

No lo sé, supongo  que sí, supongo que a Rajoy aún le queda por sacar el más grande conejo de la chistera entre las fanfarrias y los vítores de sus incondicionales. El resto.., a verlas venir.

Pero mientras unos se ejercitan en el pedaleo y otros en la retórica o, en ambas cosas a la vez, hay unos terceros que parecen sepultados en el silencio, en el sórdido espacio del olvido. Los Cayo Lara´s boys  y los cruzados de Rosa Díez han enmudecido amordazados por el tiránico demodé.

El añejo bipartidismo se transforma en moderno tetrapartidismo pero, eso sí, con idéntica vocación binaria. Las marcas blancas se han puesto de moda espoleadas por la crisis, por la corrupción y por la incoherencia ideológica. Sin embargo, un pastel demasiado fragmentado sabe a poco y toca a menos.

Quizá por eso, el viejo bipartidismo volverá, tal vez con acento catalán y con coleta, pero volverá. Muy posiblemente, como autobuses escoba, los nuevos partidos recogerán en el camino a los damnificados por las urnas, a los que incapaces de apearse del poder, no titubearán en cambiar un escaño por dignidad.

Los ciudadanos guardamos silencio. Unos se limitan a escuchar a los mediáticos tertulianos que lo saben todo de todo, otros prefieren la prestidigitación de los sondeos y algunos más optan por el esoterismo del azar.

Quizá, lo peor de esto, es que dentro de cuatro años estaremos hablando de lo mismo y de los mismos con la certeza de que el cambio, el cambio de verdad, nunca alcanzaremos a verlo. Los ciudadanos griegos lo intentaron, pero el resto de la ciudadanía europea no los secunda. Sin ellos, sin esta perezosa y gigantesca amalgama, la transformación que algunos anhelamos está condenada a permanecer cautiva en la insondable sima de la fantasía.