EL TRABAJO DE PENÉLOPE

22.09.2016 20:41

Tanto se ha manoseado la esencia de la política que ahora resulta extremadamente laborioso identificar su parte más sustantiva. Tratar de contemplar la política como algo distinto a un instrumento puesto al  servicio de intereses espurios, puede resultar casi tan agotador como el incesante trabajo de Penélope.

Uno de los mayores sofismas con el que debe trajinar el ciudadano de nuestro tiempo tiene que ver con lo que se ha dado en llamar ‘la opinión pública’. Nada es digno de tomarse en consideración si no está refrendado por la opinión pública, por esa mayoría intangible que, en mi opinión, viene a tener el mismo valor que un mal eslogan publicitario.

-         “¿Quién dice esto y aquello”?.

-         “Lo dice todo el mundo, es vox populi”.

Si lo dice la opinión pública, ya es suficiente indicio de validez universal, de axioma irrefutable.

Pero si arañamos un poco sobre este asunto, enseguida caeremos en la cuenta de que la opinión pública no es otra cosa que una colección, más o menos cabalística, de lugares comunes promovidos por los grandes grupos de comunicación, aquellos que se dotan de la necesaria cobertura como para aspirar a un hueco entre los creadores de opinión.

Podría decirse que estos gigantes mediáticos son para la opinión lo que los grandes grupos textiles son para la moda. Su capacidad inclusiva solo es comparable a su capacidad excluyente. Si un individuo – nunca mejor elegido el término – no comparte los grandes trazos de la opinión pública será considerado tan excéntrico como el monje que acude a maitines con una tanga por toda vestimenta.

¿Por qué digo esto?

Durante estos nueve meses en los que España no ha logrado formar un gobierno salido de las urnas, mi cabeza ha ido madurando una idea que en absoluto se corresponde con lo que, casi a diario, leemos o escuchamos entre los que generan opinión pública.

 Es creencia común que las dos últimas elecciones generales han puesto de manifiesto, por encima de cualquier otra consideración, el empeño ciudadano para que los políticos acuerden gobernar en consenso.

¿Ustedes lo creen de verdad?, ¿ustedes creen que los ciudadanos se han puesto de acuerdo, en una especie de pacto tácito, para obligar a los políticos a negociar la gobernabilidad del país?

Agua. La realidad parece demostrar que los ciudadanos no son tan cándidos ni los políticos tan cabales. El cuento de hadas se desvanece sin margen para reescribirlo.

Dudo que los electores de Ciudadanos vean con satisfacción a diputados naranjas junto a otros morados sentados en la bancada azul de la Cámara Baja. Tampoco imagino muy feliz a un votante del PSOE al contemplar un mix de socialistas y populares redactando decretos leyes en el consejo de ministros de los viernes.

Alguien, bien intencionado, podría decirnos que en alquimias como estas consiste la nueva política. No podría estar más en desacuerdo. Un servidor cree que la nueva política ha nacido marcada por insuperables antagonismos. Si hay algo que han dejado meridianamente claro los inventores de la nueva política es que son vocacionalmente irreconciliables entre sí.

Contra toda evidencia mediática, tales precedentes nos inducen a pensar que son los ciudadanos los que, con su voto, bloquean la formación de un gobierno, modulando la responsabilidad de los políticos por tamaña carencia. Quizás el panorama, hasta aquí descrito, nos permita decir que los ciudadanos reproducen en las urnas lo que tantas veces han tenido ocasión de ver en el Parlamento. Tal vez, este escenario le confiere al político un rol de buen maestro y al elector de mejor alumno. En el caso de que unas terceras elecciones no cambiaran sustancialmente el estatus actual, tendríamos un buen motivo para creer que el alumno se ha propuesto aventajar al profesor.

Vean como la cosa política en España (y mucho más allá de España) obedece a una lógica que, a menudo, se escapa del análisis mediático.

Estas reflexiones me llevan a una conclusión que, aunque aventurada, convendría tenerla en cuenta con vistas a unos eventuales comicios en diciembre.

En este sentido, mi impresión es que la nueva política se diluirá en las urnas como un azucarillo en agua hirviendo, mientras la vieja política recuperará una buena parte del terreno perdido.

Tras constatar que las diferencias entre lo nuevo y lo viejo se reducen a una cuestión de indumentaria y a ciertos ingenios lingüísticos, los electores volverán a dar cobijo al libreto original.

A pesar de tanto tejer por el día y tanto destejer por la noche, Penélope nunca olvidó que la fidelidad a Ulises era la única razón de su trabajo.