Fidel, ¿humanista o socialista?

30.11.2016 19:38

Me he propuesto escribir estas líneas a modo de homenaje póstumo (casi todos los homenajes son póstumos) a un grande de la Historia, pero sería deshonesto no reconocer que detrás de estas letras también se esconde la intención de satisfacer a aquellos amigos que me las pidieron tras la muerte de Fidel.

Temo mucho defraudar vuestras expectativas, de verdad que vuestra decepción también sería la mía. Tampoco sé si el Comandante quedará contento. Ambos dejamos de fumar cohíbas hace mucho tiempo y eso siempre une en la desgracia. En todo caso, muchas gracias por dedicar parte de vuestro tiempo a este Catalejo.

Tanto da cómo queramos etiquetarle, tanto da que después de 90 años de vida y 49 de poder, ahora le atribuyamos más humanismo que socialismo o al revés. Nada de lo que aquí digamos de él, va a cambiar su obra. Tanto sus incondicionales como sus detractores seguirán impasibles en su rincón del cuadrilátero, sin cambiar un ápice el sentimiento de amor u odio hacia el castrismo.

Los que padecemos la indomable necesidad de entender hasta los hipogeos de todo aquello que nos rodea, de todo lo que supone un hito irrepetible en el acontecer de nuestro tiempo, no podemos contemplar indiferentes la mutilación de un pedazo de nuestra biografía. El Comandante ha formado parte indisoluble de la cotidianidad de varias generaciones, entre ellas, de la mía.

Hace ya muchos años, tuve la oportunidad de conocer en el Centro Cubano de España, en Madrid, a un médico cubano - ahora no recuerdo qué ocasión me brindó ese enorme honor - quien en 1990 (poco después de la caída del Muro de Berlín) tomó la difícil decisión de abandonar su país, su familia y sus amigos para emigrar a España donde, hasta hoy, ejerce su profesión.

Boris y yo nos hicimos buenos amigos, una amistad que la distancia - ahora yo vivo en Lleida y él continúa ejerciendo en Madrid - no ha conseguido quebrar. No es castrista, pero siempre ha tratado de evitar términos peyorativos o una actitud especialmente vehemente cuando se refiere al castrismo.

‘Yo sé que por acá, muchos de ustedes, ven con simpatía el castrismo, pero no es fácil vivir en la Cuba de Castro si no quieres que la punta de la nariz sea el horizonte de tu vida’.

Aquellas palabras y otras parecidas fueron como un aldabonazo para mí, me enseñaron a contemplar el castrismo con una perspectiva distinta, quizá menos impregnada de pasión y más a ras de suelo.

Desde que conozco a Boris, siempre ha sostenido que cuando se instauró el castrismo en Cuba, los vientos de la revolución eran como un vendaval que limpiaba el humillante servilismo de un país que había vendido hasta su alma al capital extranjero. Pero Boris también me enseñó que hasta las partes más nobles de las ideologías van diluyéndose en la poltrona del poder. El castrismo no fue una excepción. Por lo demás, la extrema hostilidad del entorno exterior (e interior) al régimen del Comandante, completaron el trabajo hasta su más minucioso y calculado desprestigio.

Occidente aisló a Cuba arrojándola a los brazos de un comunismo anti-sistema, que resultó no ser mucho mejor que el sistema anticomunista. Castro no era ajeno a ello, pero Cuba tenía que sobrevivir.

Mi amigo Boris continuaba mostrándome algunas de las realidades de una Cuba muy distinta de la que nuestra cándida adolescencia había imaginado.

‘Mi familia era pobre, apenas teníamos para comer, pero el castrismo me dio la oportunidad de estudiar para médico y no dudé en aprovechar lo mejor que nos ofrecía el régimen’.

Boris quería progresar en su carrera y, para ello, decidió abandonar la isla. Con una visible emoción que difícilmente olvidaré, hace muchos años me dijo que su casa parecía un funeral el día antes de abandonar Cuba.

‘Ningún cubano podía salir de Cuba, pero siempre había algún agujero por donde escapar del país. Se trataba de mi decisión y de mi vida. Desde otra parte del mundo quería mejorar mi futuro y el futuro de mi familia’.

Siempre agradeceré a Boris su esfuerzo por referirse al castrismo con una escrupulosa neutralidad, un aspecto que me ha facilitado un conocimiento relativamente aséptico de aquel país. Boris suele decir que las cosas hay que ponerlas en su contexto, que desde aquí, desde la confortable Europa, difícilmente entenderíamos que, a menudo, el destino de mucha gente puede ser inexorablemente cruel en Latinoamérica.

‘Al menos, Cuba te da educación. Si yo hubiera nacido pobre en otro país de Latinoamérica, quién sabe si ahorita estaría muerto junto a una jeringa o con una bala en la cabeza, sin más estudios que la calle’.

Boris siempre me ha dicho que nunca ha entendido el castrismo como un yugo que asfixia a los cubanos. Suele decir que el régimen de Castro es una arbitrariedad de la Historia que, muy probablemente, libró al país de otras arbitrariedades de peores consecuencias para él y para mucha gente como él.

‘Vale que con Castro soy un médico fuera de Cuba, pero con un Batista probablemente hubiera sido un indigente o un cadáver prematuro dentro de Cuba ’.

Él siempre enfatiza sobre un aspecto particularmente doloroso para los que no renuncian a la esperanza de ver una Cuba abierta al mundo. ‘La retórica castrista nunca deja margen para la duda, para las falsas esperanzas’. Según Boris, esa es la primera percepción que tiene un cubano de un gigantesco límite a la libertad.

‘Fidel es (era) sincero con la gente, nunca dudamos de que mientras él fuera el Comandante, todo seguiría igual en Cuba. Nos decía que el orgullo y la dignidad de un pueblo no se pueden comprar con dólares y que Dios reparte mal sus dádivas'.

A Boris siempre le fascinó la inquebrantable lealtad de Fidel con sus convicciones. ‘Sus ideas eran su religión. Por acá, en cambio, es muy diferente, sus políticos suelen vender las gallinas antes de tener el gallinero’.

Aunque este Espectador no ha hablado con Boris después de la muerte de Fidel, él siempre me ha mostrado su convicción de que no cabe imaginar una Cuba castrista sin Fidel.

‘El castrismo sin Fidel es tan ilusorio como una de moros y cristianos sin arroz’. (1)

Uno no sabe qué dirección va a tomar Cuba sin Fidel, me atrevería a decir que ni siquiera Raúl lo sabe, pero, como a Boris, me resulta muy difícil imaginarme un cocido sin garbanzos.

Fidel ya no está, este Espectador no sabe si la historia le absolverá pero, que yo sepa, nadie ha sido condenado a los infiernos por sus ratos de luces y sus ratos de sombras.

___________________________________________

(1) “Moros y cristianos” es un plato típico de la cocina cubana, conocido como el arroz congrí, preparado con arroz, chicharrones, frijoles y especias.