HISTORIA DE UNA INSÓLITA PERSECUCIÓN (I)

26.03.2015 17:42

“¿Usted iría a un concesionario para comprarse un coche sin garantía? Entonces, ¿por qué vota a un partido sin exigirle el libro de mantenimiento?”

Debo decir que me llamó la atención este cartel publicitario que casualmente vi pegado en el muro de un solar mientras de buena mañana paseaba por las callejuelas de mi barrio.

Pensé un rato sobre esto y concluí que era una advertencia sensata. Contemplé al cartel con más detenimiento para ver quién era su progenitor, quién lo había emitido, pero no decía nada más que lo ya referido.

¡Qué raro! - me dije - un anónimo que nos llama a la cautela sin contrapartida, sin decirnos qué propone, cuál es su alternativa, quién es. Es como un gran hermano en versión de afiche electoral.

Me giré con el propósito de emprender el camino de vuelta para casa y advertí que había un par de personas más contemplando aquel misterioso cartel publicitario.

¿Publicitario?, no exactamente. Ahí no había más publicidad que una advertencia, una reflexión. Nada parecido a una oferta.

De retorno a casa, fui dándole vueltas a este asunto y llegué a la conclusión de que podría  tratarse de uno de esos anuncios que empiezan lanzando mensajes subliminales para atraer la curiosidad de la gente hasta que pasado un tiempo una multinacional nos invita sin más retórica a comprar un nuevo detergente o el último grito en cuchillas de afeitar.

Cuando estaba a punto de entrar en el portal de casa, vi caer un puñado de octavillas, como si se tratara de una súbita lluvia de finas hojas de papel. Caían zigzagueando lentamente antes de reposar en la acera. Por un momento creí que una fuerza oculta me había retrotransportado a la campaña electoral de 1982 cuando, desde un coche, entusiasmados y barbudos militantes arrojaban panfletillos propagandísticos animando a votar a tal o a cual partido.    

Adivinen que había escrito en aquellas octavillas: “¿Usted iría a un concesionario para comprarse un coche sin garantía? Entonces, ¿por qué vota a un partido sin exigirle el libro de mantenimiento?”

Tengo que reconocer sin paliativos que este asunto, además de sorprenderme, comenzó a inquietarme.

¡Cualquiera diría que esa invitación a la cautela electoral iba destinada solo a mi persona! ¡Me perseguía como voz itinerante de una anónima conciencia!

Me preguntaba quién estaba detrás de aquella oculta cruzada instigándome al voto responsable.

Sin duda se trataba de alguien que quería enderezar la errónea elección de mi sufragio. Al pensar esto, hice una mueca de evidente desagrado. La alusión a mi equivocada elección me parecía impertinente y ofensiva.

Pero aún había más.

Sentí que el asunto se escapa por completo de mi control cuando al entrar en casa vi en el suelo un sobre cerrado que, sin duda, alguien había introducido desde el exterior por debajo de la puerta.

Noté que se me aceleraba el pulso mientras trémulo trataba de abrir el sobre a la vez que miraba a todas partes en mi rededor. Dentro del sobre había un papel escrito. No hace falta desvelar lo que decía.

Ya no había ninguna duda de que yo era el destinatario de aquel mensaje, de aquella impertinente invitación al voto responsable.

Durante los tres o cuatro días siguientes a esta inquietante intriga no tuve más noticia de la insólita persecución, pero sospeché que el acoso solo acababa de empezar.

¡De modo que alguien sabe lo que voto!, exclamé al vacio. De nada me sirve llevar el sobre cerrado a la urna u ocultarlo detrás de una cortinilla.

Definitivamente, la angustia se había apoderado de mí.