LA VIEJA ESPAÑA

17.10.2014 18:54

Escuchando ayer una intervención del ex presidente, José María Aznar en un acto de FAES, me quedé atónito, no podía creer lo que estaba saliendo por la boca de quien, no hace mucho, tuvo la máxima responsabilidad de un Gobierno.

Pero también fue significativo lo que no dijo, reforzándome en la convicción de que la historia de España se explica más por lo que oculta que por lo que exhibe.

Aznar arremetió contra un eventual diálogo con el nacionalismo catalán, desmantelando de golpe la certeza de que la palabra es el instrumento primario que posee el hombre para comunicarse. La negación de la palabra es dar rienda suelta al triunfo de la cerrazón.

Independientemente de las razones que llevan a un pueblo a desplegar su anhelo independentista, la mordaza supone rehusar, a priori, a un posible entendimiento.  ¿Por qué negar el logos?, lo que los griegos clásicos definieron como la palabra razonada (λóγος).
No querría cargar yo con semejante responsabilidad.

¿Qué confianza puede inspirar alguien que niega el uso del más inmediato instrumento que tiene el hombre para comunicarse?

No creo que quepa mayor despropósito que negar al adversario el uso de la palabra, aunque solo sea para no deslegitimar el derecho de reciprocidad. 

Hoy, muchos estamos convencidos de que la falta de diálogo ha sido el principal desencadenante de este aparente callejón sin salida, que es la muy quebrantada relación entre el Estado central y Cataluña.

Cuando centenares de miles de personas salen a la calle para expresar pacíficamente un deseo común, la ignorancia como respuesta revela una manifiesta carencia de recursos argumentales. 

Pero es sospechoso que la locuacidad de Aznar, para exponer sin reparo su entusiasmo por la negación de la palabra, se transformara en un clamoroso silencio cuando se le preguntó por las tarjetas opacas de Blesa y de Rato.

¿Súbita pérdida de memoria o simple exaltación de la patria indivisible?

¿Quién sabe?

FIN