LA MUJER DEL CÉSAR

22.04.2015 10:38

Imaginemos por un momento que todos los más cercanos colaboradores de Rodrigo Rato fueron ajenos a sus enredos financieros. La pregunta es, ¿de qué serviría tal supuesto si nadie se lo creyera?

 

¿Tendría algún valor que la esposa del César fuera honesta si Roma entera estuviera persuadida de lo contrario?

 

"Mulier Caesaris non fit suspecta etiam suspicione vacare debet".

 

¡Cierto!, en determinadas circunstancias, es tan importante parecer honrado como serlo.

 

Desde hace algún tiempo, los sufridos ciudadanos que habitamos este país, hemos sido obligados a convivir, casi a diario, entre noticias que destapan nuevos casos de corrupción.

 

Engaño, fraude, estafa son vocablos que ya forman parte de la terminología habitual, la que oímos todos los días en los noticiarios o leemos en la prensa, generalmente involucrando a personas de resonancia o de muy alta responsabilidad pública. Esto se ha hecho tan común entre nosotros que tales informaciones parecen escandalizar hoy menos que ayer y mañana menos que hoy.

 

No obstante, sigo convencido de que el brote de cada nuevo episodio de corrupción degrada inexorablemente la confianza en las instituciones, envileciendo la calidad democrática del país pese a que, poco a poco, vayamos perdiendo facultades para reconocer el olor de la putrefacción de tanto inspirarlo.

 

Frecuentemente (quizá sea más palmario en el caso de algunos países como España), el político tiende a identificar su cargo como un bien patrimonial ligado a un sinfín de prerrogativas. En sentido contrario, no es extraño descubrir en este mismo personaje una manifiesta inclinación a obviar las responsabilidades propias de su alta magistratura.

 

Pues bien, una de las principales responsabilidades de quien representa la voluntad de los ciudadanos es la de mantener sin mácula el principio de la ejemplaridad. Si por algún motivo, ajeno o no al portador de tales responsabilidades, se quiebra este sacrosanto principio, el sujeto en cuestión está, como mínimo, moralmente obligado a renunciar a todos y cada uno de los cometidos públicos que le fueron confiados. Así, no solo trataría de preservar la reputación de la comunidad a la que pertenece sino también su propia dignidad.

 

La pérdida de la confianza conduce al descrédito y el descrédito no puede ni debe ser tolerado en el universo de las responsabilidades públicas.

 

Cuando el titular de Hacienda ideó la amnistía fiscal en la fase inicial de su mandato, quizá fuera cierto que solo buscaba ocultos yacimientos de dinero que aliviasen la extrema pobreza del erario público. Sin embargo, después de conocerse los dudosos vericuetos legales por los que presuntamente transitaron los caudales de Rodrigo Rato, resulta  difícil sustraerse a la sospecha de que la intención de tan generoso perdón fiscal iba más allá de una socorrida, urgente y amistosa recaudación.

 

Entre otras muchas cosas, las últimas noticias sobre 'el caso Rato' han quebrado la confianza en el responsable de Hacienda y suponen un riesgo muy real de que también acaben quebrando la confianza en quien designa a sus colaboradores en el Gobierno.

 

La pasividad del presidente del Gobierno en este asunto (no menos llamativa en distintos episodios anteriores) podría interpretarse más como un gesto de complicidad hacia quien perdió sus reservas de confianza que como una respuesta adecuada a las ingratas tareas que, ocasionalmente, impone el ejercicio del poder.

 

Intencionadamente o no - tal vez algún día lo sepamos - la parte más sórdida del 'caso Rato' ha saltado en un momento político particularmente sensible en este año de frenesí electoral. La inacción de Rajoy seguro que perjudicará más que beneficiará a los intereses electorales del Partido Popular. Si es así, 'la curia pepera' no tardará en encontrar una cabeza de turco que pague por el presunto fiasco de las urnas.

 

Y mientras esto sucede en el privilegiado y opaco mundo de las castas, los ciudadanos corrientes pagamos nuestros impuestos a la vez que deambulamos por la España de la recuperación con la razonable certeza de que la corrupción emergida solo es una mínima parte de la que aún permanece oculta bajo espurias fachadas de moralina institucional.

 

¡Esto sí que es la 'repera patatera'!