LA SOLEDAD DE MARIO

22.01.2015 02:42

Muy pocas decisiones en el ámbito económico-financiero provocan tanta expectación como la de un banco central cuando los mercados financieros olfatean una decisión de alcance. Probablemente, si ese banco central es la Reserva Federal de los Estados Unidos o el Banco Central Europeo (BCE), entonces la expectación se convierte en obsesión.

Todo apunta a que hoy será una de esas ocasiones en las que el BCE se convertirá en inevitable titular de las agencias de prensa cuando su presidente, Mario Draghi, comience a desvelar las decisiones adoptadas por el Consejo rector de la entidad. No es un secreto que los mercados han apostado mayoritariamente a favor de que la institución monetaria decidirá dar vía libre a la adquisición de deuda pública en los mercados secundarios con la inmediatez que aconsejen las circunstancias financieras.

Aspectos técnicos, tales como la magnitud de las compras o sobre quiénes recaerá la responsabilidad de los riesgos de solvencia, serán elementos colaterales en los que también se focalizará la atención de los mercados.

Sin embargo, siempre he sido de la opinión de que las medidas concretas que adopta en cada momento el BCE, pese a su incuestionable efecto sobre la confianza de los agentes financieros, no constituye el aspecto fundamental que deba atribuirse a la política de la institución.

En un momento especialmente convulso para la zona euro, el rasgo básico que debe apreciarse en las decisiones de su banco central atañe a su determinación por mantener inquebrantable el espíritu de lealtad hacia la unidad del bloque, hacia su indivisibilidad. Sortear las tentaciones de fragmentación, sobre todo, aquellas que proceden del interior de las diferentes instituciones europeas es, probablemente, el mayor reto que debe afrontar el BCE y, más concretamente, su presidente. Este es, sin duda, el espíritu que salvó al euro de su ruptura hace poco menos de tres años.

Con demasiada frecuencia, algunos tenemos la sensación de que Draghi se ve obligado a lidiar con sus peores enemigos dentro de su misma casa, en una lucha fratricida para librar a la zona euro de un fracaso similar al que devastara el Sistema Monetario Europeo algunos años antes.

Es cierto que existe la percepción generalizada de que el BCE siempre llega tarde a las principales citas anotadas en su tiránica y apretada agenda, pero no es menos cierto que sus decisiones están permanentemente envueltas en rígidos corsés de los que resulta muy difícil liberarse. Draghi sabe, como el árbitro de fútbol que pita una final de la copa del mundo, que inexorablemente estará solo en sus decisiones que, sean las que fueren, serán sucedidas por tantas ovaciones como abucheos.

Difícilmente habrá hombre o mujer sometido a tanto y tan variado escrutinio.

Hace ya mucho tiempo que Draghi no ignora que la zona del euro está acechada por la atonía económica, que la deflación ha dejado de ser una amenaza para convertirse en una realidad, que el mundo empresarial está permanentemente alerta por los vaivenes de una economía vacilante y que el mercado laboral se deteriora a un ritmo creciente. Pero también es consciente de que existen discrepancias, cuando no resistencias mastodónticas - dentro y fuera del BCE - sobre el modo de afrontar las disfunciones que, en un sentido estricto, ponen en entredicho con demasiada frecuencia la mismísima pervivencia del euro. Tal vez, mucha guerra para un solo soldado.

No equivoquemos nuestra percepción sobre el desempeño de Mario Draghi al frente del BCE confundidos por las urgencias financieras. El mayor valor que aporta Draghi a todos y cada uno de los países de la zona del euro es su lealtad a la unidad del bloque. Sus puntuales decisiones, aún percibiéndose como cruciales, no suelen ser otra cosa que respuestas ad hoc a demandas nacidas de circunstancias más o menos aleatorias y con objetivos coyunturales. 'Essentia vs contingentiae'.

En unas pocas horas, muy probablemente el BCE dará instrucciones a los bancos centrales nacionales de la zona euro para comprar deuda, pero esa no será ni la mejor ni la más importante noticia. Lo esencial, lo que de verdad importará es que Draghi continúa dispuesto a hacer todo lo posible para defender al euro, como ya lo hiciera en julio de 2012, aunque para ello deba plantar cara a sus más enconados detractores, algunos de ellos en despachos contiguos al suyo.