NO HAY MAYOR VIRTUD QUE APRENDER DE LOS ERRORES

10.11.2014 11:25

Una vez le preguntaron a un ciego si había visto pasar la tormenta y éste contestó que no la había visto pero que la había oído.

La misma pregunta le hicieron a un sordo. El sordo respondió que no la había oído, pero que la había visto.

Diríase que el Gobierno español está ciego y sordo. Al parecer, ni vio ni oyó nada de lo que ayer pasó en Cataluña. Para el Gobierno, solo fue una farsa.

Pueden entenderse discrepancias con el proceso independentista catalán, pero difícilmente  puede ignorarse la existencia de 2,3 millones de personas que fueron a votar. Demasiados fantasmas para una farsa.

Como decíamos recientemente desde este mismo rincón, no hay peor problema que el que no se quiere ver.

Tras varios años de estrecho vínculo con Cataluña, mi impresión sobre este asunto es que la cúpula nacionalista catalana ha hecho militancia apelando al corazón. Mientras, el Gobierno central ha cooperado eficazmente con esta estrategia con un discurso tan rancio como, en no pocas ocasiones, torpemente incendiario.

En los últimos años también me ha ido impregnando la sensación de que la semilla de la desconfianza de Cataluña hacia el estado central ha ido creciendo en parecidas proporciones que la indiferencia, cuando no el desprecio de los distintos inquilinos de La Moncloa hacia las demandas catalanas.

Ayer vimos votar a personas ancianas mostrando gran emoción mientras afirmaban que habían esperado ese momento durante muchos años. Otros más jóvenes decían que su voto era, sobre todo, un acto de reivindicación hacia el más elemental derecho de expresión. También había quienes aspiraban, con su voto, a una Cataluña más próspera y vital.

Cataluña, con la mayor aportación al PIB del Estado, reivindica un papel de intérprete principal y, por ende, rechaza ser actor de reparto. Resultaría inimaginable reservar un guión semejante para Alemania en la Unión Europea. La periferia – por supuesto no me refiero a consideraciones geográficas - no suele llevar la manija de los grandes asuntos de estado.

Por distintas razones, Cataluña entiende que hay una posición de palpable desequilibrio entre lo que da y lo que recibe y bueno sería que la administración central explicara sin trucos, honesta y fehacientemente, qué lugar ocupa Cataluña en el conjunto del Estado.

Pero no seamos ingenuos, la eventual puesta en marcha de esta inusual práctica de transparencia, resolvería una parte del problema, pero no la más importante, esa parte que ha sabido granjearse para su causa la cúpula del independentismo catalán frente a la clamorosa indiferencia del gobierno central.

El diálogo frente al mutismo, la humildad frente a la arrogancia y el estricto cumplimiento de la promesas habrían hecho innecesario y, probablemente baldío, cualquier intento de alimentar la rebelión afectiva, al menos, entre las generaciones menos gravitadas por el pasado.

Este es ahora el mayor reto, gigantesco por lo que parece,  para ganarse la estima y la confianza de un pueblo que el domingo proclamó el derecho a decidir su destino.