Nueva economía, ¿viejos estigmas?

20.08.2014 12:04

No sabría decir si es bueno o malo, pero parece un hecho cada vez más evidente que en los albores del Siglo XXI España vuelve a dar una vuelta de tuerca a las bases de su economía, de la misma manera que a finales de la pasada centuria - desde la llegada al poder del socialismo felipista - también abordó un cambio radical de su cimentación económica.

 

Si la socialdemocracia española entendió que la esencia de cualquier transformación social y política del país debía pasar primero e inexorablemente por la nivelación de su economía al ras de los estándares europeos, también el hiperneolibelarismo rajoniano ha entendido que el mundo globalizado de hoy exige simplificar el estado del bienestar hasta el mínimo indispensable que se espera de una sociedad avanzada. 

 

Por tanto, progresismo y conservadurismo han venido a converger en la necesidad de abordar la metamorfosis económica para sobrevivir en tiempos de cambio. (Por aquí podría explicarse, a grandes rasgos, la perplejidad que hoy padece una buena parte de nuestro electorado).   

 

Hasta este punto, carezco de argumentos que añadan algo original a lo que debemos esperar de cualquier gobierno que conozca los resortes que mueven el escenario en esta parte del mundo. Pero dicho esto, siempre he tenido la sensación de que España ha chocado una y otra vez con una extraña inercia que frustra cualquier intento de sumarse a la élite que gestiona su destino. Dicho de otra manera, creo que son otros los que nos marcan el camino. Si esto es así, pese a los distintos esfuerzos de renovación, no habremos logrado estar a la altura de los tiempos, en expresión orteguiana.

 

Ahora que la economía parece haber superado ocho interminables años de crisis severa en medio de una oleada transformadora, me pregunto si este nuevo entablillado servirá para soportar el peso de una arquitectura básicamente ideada por otros, por aquellos que conocen bien la letra del cambio, pero ignoran el espíritu de quienes han de convivir con lo cambiado.

 

Es inevitable, como consecuencia de este nuevo edificio económico en el que hemos sido forzados a habitar, que nos interesemos por la calidad de sus materiales. Esta es una cuestión especialmente pertinente si consideramos que la larga lista de medidas que han transformado el marco normativo de la economía fueron dictadas por el imperativo de la urgencia financiera y no necesariamente por un sesudo y pausado ejercicio analítico.

 

Y quizá el momento oportuno para hacer esta reflexión sea ahora, cuando acabamos de conocer el deterioro de la balanza comercial hasta junio debido a un frenazo de las exporaciones.

 

 ¿Estará España desandando el camino de la competitividad? Creo que es prematuro hablar en estos términos. La estructura salarial no ha cambiado tanto en los últimos meses. Más bien parece que nuestro comercio exterior se ha resentido de la fortaleza de la divisa así como de una ralentización económica de nuestros principales socios comerciales. Si esto último se prolongara en el tiempo, nos daría para escribir un libro no muy optimista, pero vamos a considerar que se trata de un asunto meramente transitorio.

 

Por su parte, el incremento de las importaciones suele llevar aparejado una ambivalencia interpretativa. No obstante, tiendo a pensar que en esta fase de la coyuntura, la reactivación de nuestras compras al exterior apunta más a una gradual normalización de la actividad industrial que a un déficit manifiesto de la capacidad productiva del país. Si esto es así, estaríamos hablando de buenas noticias.

 

Vamos a desear que el sufrimiento que lleva aparejado el desmantelamiento del estado del bienestar (¡qué lástima que no se haya abordado con la misma voluntad la simplificación del mastodóntico tamaño de la administración pública!) lleve a buen puerto.

Sirva el dolor para situar el país a la altura exigida por los nuevos tiempos y liquidar los viejos estigmas que han lastrado el futuro y la homologación de España con la élite que decide por y para sí misma. Tengo mis dudas.