Ley y palabra

04.10.2017 12:33

-        -  Usted siempre habla de la palabra

-         - Es lo único que tenemos para entendernos

De este modo tan innocuo conversábamos un amigo lector catalán y un servidor. Al final, la charla derivó por otros derroteros bien distintos pero, como era de esperar, el enfrentamiento entre constitucionalistas e independentistas ocupó la mayor parte de nuestra plática.

Mi interlocutor se mostró convencido de que por España se conoce poco a Cataluña y que no hay mucho interés por corregir este déficit. Lo que yo le respondí, ahora carece de relevancia.

Cuando me quedé solo, únicamente acompañado por el eco de nuestra conversación, reflexioné sobre esto del escaso conocimiento y pensé que, tal vez, sea cierto que a los catalanes se les conoce poco y que, en reciprocidad, los catalanes no conocen mucho mejor al resto de sus conciudadanos. En mi opinión, nos hablamos poco y, cuando lo hacemos, lo solemos hacer en clave de tópicos.

Pero siempre nos queda la palabra, si usamos la palabra podemos hablarnos y hasta entendernos. Mi relación con Cataluña empezó hace 32 años y, como siempre digo, estoy plenamente persuadido de que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa.

Pero además de palabras también tenemos leyes, leyes que algunas veces nos parecen muy útiles y otras las contemplamos como obstáculos insalvables.

¿Es posible que palabra y ley sean el corazón del conflicto? ¿Es verosímil  creer que el enfrentamiento entre Cataluña y España se reduce a estos dos vocablos? ¿Es apropiado hablar de una profunda sima, abierta por escasez de palabra y por exceso de ley?

No es casual que los siete sabios se aplicaran con vivo entusiasmo a calcular los beneficios de aplicar tales conceptos sobre la Grecia clásica. Tanto era así que, uno de ellos (Periandro de Corinto), con una visión prodigiosa de maestro jurisprudente, hizo esta recomendación a los que impartían justicia: “Sírvete de las antiguas leyes, pero con aderezo renovado”.

¿Y qué más podemos añadir de los beneficios de la palabra?

Algo más reciente en el tiempo que Periandro, para poner menos distancia con nuestros recursos memorísticos, Miguel de Cervantes puso en boca de Alonso Quijano (Don Quijote) que, “la palabra alimenta más que un plato de lentejas en ilustre posada de buen licenciado en pucheros”.

Poco puedo añadir yo a la aristocracia de la plumas.

Sin embargo, sí osaría a dar algunas pinceladas periféricas sobre el formidable retrato que nos dibujó (con palabras, claro) el sabio Periandro, a propósito de la ley.

Existe un aparente acuerdo entre próceres constitucionalistas en que nuestra ley de leyes admitiría de buena gana ciertos retoques de cirugía plástica sin mermar, por ello, un ápice de su egregio espíritu consensual. Tal vez deberíamos referirnos mejor a una levísima operación de rejuvenecimiento o de puesta al día con los nuevos vientos que recorren nuestra geografía. Claro está, que solo a sus señorías corresponde decidir hasta qué punto alcanzaría el retoque.

Mientras esto sucede, nuestro amigo el corintio merece un guiño. La ley, además de letra, tiene espíritu y, ahí, en la interpretación de ese espíritu, es donde radica la maña de quien está obligado a salvaguardarla.

Una vez que la cúpula del Estado ya se ha pronunciado (a juicio de este servidor, desprovisto del primor que la gravedad del enfrentamiento requería) solo toca a los gobiernos restañar con la palabra la brecha sangrante que reclama tan delicada situación.

Un gesto de acercamiento, una palabra de distensión, un mutuo reconocimiento de posibles errores bastaría para frenar la cólera.

Donde solo había desencuentro, ahora asoman sentimientos que me niego a pronunciar y que amenazan con perpetuarse en nuestra sociedad.