Prefiero al "pequeño Nicolás"

31.10.2014 11:48

Nunca lo hubiera creído, pero cuando el zascandileo de la existencia cotidiana le coloca a uno entre el surrealismo y la irreductible realidad, un servidor prefiere lo irracional e imaginario. Me divierte más.

Cuando oigo hablar de tal caso o tal otro de corrupción, me invade un sentimiento de cólera pero, no sé porqué, las andanzas de este pequeño Nicolás me tronchan de risa.

Imagino un joven, casi un adolescente con aspecto de coadjutor de parroquia rural, engañando a los servicios de seguridad de las más altas instituciones del país. Solo tengo dos opciones: reír o llorar. Comprenderán que prefiera la primera.

Este pequeño farsante nos ha enseñado como se puede burlar lo que parece más pétreo, lo más inaccesible para la inmensa mayoría de los mortales.

Cuando un informador (periodista, fotógrafo, etc) debe asistir a la toma de posesión de cualquier subalterno de tal o cual ministerio, necesariamente tiene que pertrecharse de una interminable lista de acreditaciones. Asombrosamente, el pequeño Nicolás accede al besamanos real sin más acreditación que su cara infantil.

No puedo por menos que simpatizar con este chusco personaje del mismo modo que, muchos años antes, un montón de paisanos simpatizaron con “el Dioni”, aquel vigilante de seguridad que robó un pastón de un furgón blindado.

¿Acaso tenemos vocación de delincuentes los que mostramos una cierta indulgencia con estos seres pintorescos.

Pues no lo creo.

Ocurre que en este mundo encorsetado, cercado por la informática, por los más sofisticados sistemas de seguridad y hasta por la policía a caballo que te pide el DNI en cuanto te cuelga un poco la barba, el pequeño Nicolás viene a ser como el pacífico transguesor de los corsés, el que insolentemente libera al mundo de las pesadas cadenas.

Por un momento, el pequeño Nicolás ha derrumbado las mastodónticas puertas del cónclave y ha dicho con voz potente ante los ínclitos reunidos: ¡Aquí está Nadie!, ¡Nadie también existe!, con parecida intención a como lo dijera Serrat del Sur.

Y, por  unos pocos momentos, Nadie se convierte en el héroe nacional, en ese instante de gloria con el que muchos sueñan y nunca tendrán.