Preparándome para las elecciones

24.12.2015 18:50

Un servidor, convencido de que de esta guisa política no saldrá nada decisivamentre útil, se está preparando para pasar unos cuantos meses en el limbo. Sí, ya estoy entrenando a mi mente y a mi espíritu para escuchar los insustanciales speech de unos y otros, tratando de convencernos de que España tendrá que ir a nuevas elecciones antes que aceptar estériles pactos de segunda o tercera fila.

Al menos, confío en que el clima poselectoral nos procure un escenario entretenido. A partir de ahora (sea o no festivo) todos se reunirán con todos, unas veces con luz y taquígrafos y otras sin ellos. Sentados en el sofá, los interlocutores se mirarán circunspectos a la cara, con una taza de café sobre una mesita y preguntándose, con cierto desdén, cómo estaba el tráfico. De lo que importa al ciudadano, casi nada. El monótono guión se irá cumpliendo a la vez que el país reclamará sus urgencias, reclamará rectores que se preocupen por algo más que de una fatua parcela de poder.

Esta vez, España va a necesitar algo más que las ensoñaciones futboleras de Rajoy o el críptico federalismo de Sánchez. También va a necesitar algo más que los versallescos modales de Rivera o el entusiasmado mesianismo de Iglesias. Y, desde luego, va a necesitar algo más que la enajenación soberanista de Mas y de su esforzada militancia.

Esta vez, los ciudadanos vamos a necesitar mucho más que la calculada gesticulación verbal de los aspirantes a la torre del poder.

Las urgencias de los ciudadanos transitan por la vida real, por ese trajín diario que ya no admite componendas ni ocurrencias más o menos imaginativas.

El insoportable desempleo, el desmantelado sistema sanitario, los proselitistas programas educativos y la maltratada investigación van a necesitar algo más que banales retóricas.

Y los ciudadanos también vamos a necesitar de un mago que nos persuada de que la corrupción en España solo ha sido debida a una aleatoria y cósmica conjunción astral.

Este país ya no parece dispuesto a tolerar el irresponsable oportunismo de los que buscan el poder a cualquier precio o la insufrible perseverancia de los que se aferran a él a cambio de cualquier cosa.

Ahora, la fragmentación arbitrada por las urnas nos enseña el camino para abandonar cualquier intento de patrimonializar el poder a la vez que nos invita a dar la bienvenida a un auténtico espacio de respeto por el manejo de la cosa pública.

Todavía hay más, siempre hay más: los que aspiran al poder también deben saber que España no es un subproducto de Alemania ni de la voluntad de la Comisión  Europea. Las características, necesidades y  carencias del país deben ser atendidas por una políticas económicas y sociales específicas, sin que ello suponga de modo alguno, un menoscabo del firme compromiso del país con sus socios europeos.

El 20 de diciembre, las urnas aún no se atrevieron a romper del todo con los que, hasta ahora, han hecho uso y abuso del poder. Sin embargo,  puede que esta sea su última oportunidad para reengancharse a la confianza de los ciudadanos.

Después del 20-D, todos, tanto veteranos como emergentes, ya saben que las promesas electorales están para cumplirlas y que el poder se ejerce desde la humildad, pero con la indispensable firmeza para construir un país mejor para todos.