Preparándome para las elecciones
Un servidor, convencido de que de esta guisa política no saldrá nada decisivamentre útil, se está preparando para pasar unos cuantos meses en el limbo. Sí, ya estoy entrenando a mi mente y a mi espíritu para escuchar los insustanciales speech de unos y otros, tratando de convencernos de que España tendrá que ir a nuevas elecciones antes que aceptar estériles pactos de segunda o tercera fila.
Al menos, confío en que el clima poselectoral nos procure un escenario entretenido. A partir de ahora (sea o no festivo) todos se reunirán con todos, unas veces con luz y taquígrafos y otras sin ellos. Sentados en el sofá, los interlocutores se mirarán circunspectos a la cara, con una taza de café sobre una mesita y preguntándose, con cierto desdén, cómo estaba el tráfico. De lo que importa al ciudadano, casi nada. El monótono guión se irá cumpliendo a la vez que el país reclamará sus urgencias, reclamará rectores que se preocupen por algo más que de una fatua parcela de poder.
Esta vez, España va a necesitar algo más que las ensoñaciones futboleras de Rajoy o el críptico federalismo de Sánchez. También va a necesitar algo más que los versallescos modales de Rivera o el entusiasmado mesianismo de Iglesias. Y, desde luego, va a necesitar algo más que la enajenación soberanista de Mas y de su esforzada militancia.
Esta vez, los ciudadanos vamos a necesitar mucho más que la calculada gesticulación verbal de los aspirantes a la torre del poder.
Las urgencias de los ciudadanos transitan por la vida real, por ese trajín diario que ya no admite componendas ni ocurrencias más o menos imaginativas.
El insoportable desempleo, el desmantelado sistema sanitario, los proselitistas programas educativos y la maltratada investigación van a necesitar algo más que banales retóricas.
Y los ciudadanos también vamos a necesitar de un mago que nos persuada de que la corrupción en España solo ha sido debida a una aleatoria y cósmica conjunción astral.
Este país ya no parece dispuesto a tolerar el irresponsable oportunismo de los que buscan el poder a cualquier precio o la insufrible perseverancia de los que se aferran a él a cambio de cualquier cosa.
Ahora, la fragmentación arbitrada por las urnas nos enseña el camino para abandonar cualquier intento de patrimonializar el poder a la vez que nos invita a dar la bienvenida a un auténtico espacio de respeto por el manejo de la cosa pública.
Todavía hay más, siempre hay más: los que aspiran al poder también deben saber que España no es un subproducto de Alemania ni de la voluntad de la Comisión Europea. Las características, necesidades y carencias del país deben ser atendidas por una políticas económicas y sociales específicas, sin que ello suponga de modo alguno, un menoscabo del firme compromiso del país con sus socios europeos.
El 20 de diciembre, las urnas aún no se atrevieron a romper del todo con los que, hasta ahora, han hecho uso y abuso del poder. Sin embargo, puede que esta sea su última oportunidad para reengancharse a la confianza de los ciudadanos.
Después del 20-D, todos, tanto veteranos como emergentes, ya saben que las promesas electorales están para cumplirlas y que el poder se ejerce desde la humildad, pero con la indispensable firmeza para construir un país mejor para todos.