SIN CRECIMIENTO, NO HAY NADA

04.02.2015 10:36

Para mantener cualquier economía dentro de los límites de la sostenibilidad solo se necesita la continuidad en el tiempo de unos niveles de crecimiento que permitan avanzar ininterrumpidamente a sus principales macromagnitudes. Es más saludable un crecimiento homogéneo y simétrico que el definido por perfiles abruptos. Esta es la base de una economía saneada.

La Unión Económica y Monetaria ha priorizado sistemáticamente en su estrategia económica una política de control del déficit con el resultado bien conocido: un debilitamiento generalizado de las tasas de crecimiento.

Esta fórmula se ha enfocado dualmente hacia la estabilidad financiera en el muy corto plazo y a su eventual beneficio sobre los fundamentos estructurales de la economía real en el medio-largo plazo. Desafortunadamente, mientras la primera premisa solo se ha cumplido parcialmente, la segunda aún no ha enviado señales de vida. No parece un saldo satisfactorio tras siete años de crisis. Sin tener el enigma definitivamente resuelto sobre qué vino primero, si el huevo o la gallina, tendemos a creer que sin crecimiento difícilmente se eliminará el déficit.   

Por razones como esta, parece cabal que el nuevo Gobierno griego pretenda salir del improductivo bucle en el que anda metido desde 2010, proponiendo un sistema de canje de deuda por varios tipos de bonos ligados al crecimiento. Tal estrategia podría poner fin a un camino que no lleva a ninguna parte. Si no hay crecimiento, no hay vida y si no hay vida, no hay nada. Tal vez con esta nueva alternativa, Grecia podría pagar la abultada deuda comprometida con sus acreedores y, al mismo tiempo, disfrutar de unas tasas de crecimiento que conduzcan al país a un verosímil círculo virtuoso.

No nos engañemos, la política de austeridad diseñada por Alemania y respaldada por sus más entusiastas epígonos puede tener los resultados apetecidos allí donde se ideó, pero ha sido un rotundo fracaso en su intento de aplicación universal. Ya hemos dicho en alguna otra ocasión que se trata de una política obsoleta basada en un largo y penoso proceso de esfuerzos, tan inútiles como innecesarios contemplados desde los ventanales que se abren a las versiones más actualizadas de la Economía moderna.

Es encomiable y hasta comprensible políticamente, que algunos gobiernos de la Europa meridional – tenemos ejemplos bien cercanos – intenten arropar sus políticas de austeridad con expectativas y datos económicos esperanzadores pero, tampoco nos engañemos en este punto: si el contexto económico global está pinchado, cualquier desafío a esta realidad resultará inexorablemente baldío.

No es casual que la Reserva Federal de los Estados Unidos haya entendido que el crecimiento es la primera piedra sobre la que se edifica la viabilidad futura de una economía. En días muy recientes, el presidente Obama lo ha recordado con mención explícita a Grecia. Creo innecesario comparar los resultados de la evolución reciente entre la economía europea y la estadounidense.

Si nuestro viejo continente no corrige pronto la dirección de su política económica, sus ciudadanos estaremos condenados a la mediocridad, cuando no a la miseria, mientras contemplamos inermes como sus principales actores financieros acumulan pingües beneficios en un escenario yermo para el corazón de su negocio.