TIEMPOS PARA NEGOCIAR

29.04.2019 04:10

Hace algunos años, cuando un servidor todavía creía en esto de la política, se sentía entusiasmado cuando llegaban tiempos electorales, tenía verdadera fe en que metiendo un papelito dentro de urna podíamos cambiar todo lo que necesitábamos cambiar. Nos precedían muchos años de sequía.

 

Con el paso del tiempo, me percaté de que no solo me iba cambiando el color del pelo, también fui dándome cuenta de que las convicciones eran cada vez más frágiles, que era poco realista decir nunca jamás.

 

Y como una maldición, desde hace largo tiempo para acá, se me aparece la fantasmal sombra de un clásico para inundar de viscosa madurez mi maltrecho espíritu juvenil. Esta vez, se trata del espectro del muy sabio Demócrito: “Lo primero que enseña la política es que nada es lo que parece. Lo segundo, es que lo que parece, a veces, es lo que parece”. Terrible aserto. Si en lugar de haber dicho “.., a veces, es lo que parece”, hubiera dicho “… nunca es lo que parece”, nuestro inoportuno sabio habría evitado cualquier indicio de dramático dilema.

 

Pero, en esto de la política, nunca podemos estar seguros de nada, siempre hemos de estar alerta, igual que el conejo para burlar las fauces del zorro o la balas del cazador.

 

¿Cómo puede estar seguro Pablo Iglesias de que Pedro Sánchez no intentará pactar con Albert Rivera para agradar al mundo financiero y enviar señales de que en el centro está la virtud?

 

¿Cómo estar seguros de que Rivera no apelará a la responsabilidad de un auténtico patriota para librar a España de cualquier amenaza comunista o independentista, pese a sus muy enfáticas promesas de vetar cualquier posible pacto con Sánchez?

 

Un servidor difícilmente podrá explicar qué sentido tiene parapetar la salud del país tras un espeso ‘cordón sanitario’ que inmunice a los ciudadanos de la muy letal ‘contaminación socialista’. ¿Tan grave es la traición sanchista?

 

Tampoco un servidor podrá explicar qué motivos llevaron a la órbita ‘pepera’ a emprender una cruenta cruzada contra un sanchismo trémulo, más ocupado en implorar el calor de los constitucionalistas que en gobernar ufano y drásticamente junto a los que ‘quieren romper España’.

 

Seguro que los más cabales, con las miras puestas en la Europa serena y civilizada, murmurarán para sí que más beneficios supondría para el país procurar alianzas entre los constitucionalistas de siempre que arrojarse a los brazos de los cavernarios extremistas.

 

Para un servidor, nada de esto es consistente con una realidad social que, como siempre, va varios cuerpos por delante de la praxis política, eternamente empeñada en negar la mayoría de edad a los ciudadanos.

Tal vez, aún nos queda mucho por aprender a todos, pero sospecho que son ellos, los políticos, los que ignoran una realidad nueva y arrolladora, también exportada por la omnipresente globalización.

 

Ya nada es lo que era, incluso gobernar España ahora debe ser parecido a  gobernar Italia, Alemania o Francia.

Un servidor cree que son tiempos para negociar, probablemente el antídoto para evitar la epidemia populista.

Si no, en poco tiempo, volveremos a votar, aunque para no cambiar nada.