Todos los disparates del presidente

07.07.2016 20:10

En un momento en que rara es la institución del Estado que no ha sido despojada de la confianza de los ciudadanos resulta, cuando menos, llamativo que el presidente del Gobierno en funciones apele a la sensatez de sus oponentes políticos para lograr un respaldo parlamentario.

Tal pretensión no solo me parece disparatada, sino también injusta, puesto que a nadie se le puede pedir compartir viaje, cuando el libro de ruta sugiere una travesía tan arriesgada que ni siquiera ofrece como garantía llegar a la meta con todas las extremidades en su sitio.

Cuando las noticias relativas a la corrupción se han convertido en algo tan cotidiano para los españoles como el café con leche del desayuno, un servidor tiene la inquietante sensación de que algo amenaza la salud de nuestro estado de derecho.

Cuando existe la constancia de que una parte no pequeña de las instituciones del país está sometida a una degradación permanente por parte de quienes más deberían velar por su prestigio, nada puede ser más inaplazable que restaurar la confianza en esas instituciones y extirpar las causas de su deterioro.

Pero para abordar esta tarea es irrenunciable pertrecharse de una inquebrantable determinación. Pretender derrotar a la corrupción con tibias retóricas es condenar el intento al fracaso. Hasta ahora, no parece que el Partido Popular (PP) haya elegido el camino más eficaz.

Por razones como esta, no me resultaría extraño que los invitados a acordar un pacto de gobernabilidad con el PP, declinasen participar en tan envenenado convite. Llegado el caso, no sería justo considerar tal negativa como el resultado de un irresponsable estigma ideológico sino, más bien, como una decisión inspirada por un legítimo instinto de supervivencia política.

No imagino ninguna formación parlamentaria, con vocación de gobierno local o nacional, dotada de la suficiente capacidad de abstracción como para respaldar al gobierno de un partido cuya reputación se ve diariamente zarandeada por los titulares de la prensa.

La dignidad de un estado siempre estará por encima de las peripecias de los partidos políticos. Desde esta perspectiva y, por muy respetuoso que uno intente ser con las doctrinas basadas en la realpolitik, comprendo con meridiana claridad las reticencias de las distintas formaciones parlamentarias para respaldar a un gobierno del PP. En este caso, política y moral se cruzan fatalmente en el camino de un acuerdo.

Me costaría trabajo creer que la respuesta de los conservadores fuera muy distinta, si invirtiéramos el escenario.

Llegados al punto donde nos dejaron las segundas elecciones, no muy distante de donde nos dejaron las primeras, parece que el gran disparate que amenaza con destruirlo todo, viene disfrazado de terceras elecciones.

¡Cómo si las terceras elecciones, por sí mismas, pudieran ser el origen de todos los males del país! Hasta ahora, un servidor creía que las urnas nunca pueden ser el problema.

Las terceras elecciones no serían peores que las segundas, como las segundas no fueron peores que las primeras. La calidad de unos comicios nada tiene que ver con su ubicación ordinal sino con los motivos que yacen detrás de su convocatoria.

La verdadera tragedia de emplazar al país a unas terceras elecciones consistiría en constatar, una vez más, la inutilidad de las consultas para resolver el rompecabezas de la ingobernabilidad que se ha instalado en España desde el pasado 20 de diciembre.

La corrupción no es un invento de los adversarios políticos del gobierno ni de los medios que la llevan a sus portadas, por tanto, difícilmente puede responsabilizarse a éstos del escaso entusiasmo para constituir un gobierno con quien ha mostrado tan escaso interés por limpiar la broza de su propia casa.

Una parte no pequeña de la sociedad española cree que el PP y su líder deben al país una disculpa por el daño que, bajo el amparo de la función pública, se ha infligido al Estado de derecho, así como un compromiso firme para combatir enérgicamente las malas prácticas que, con demasiada frecuencia, emergen desde las inmediaciones del poder.