UN CRECIMIENTO PELIGROSAMENTE INCONSISTENTE

05.03.2015 10:00

Tal vez, antes que nada, convendría afirmar clara y rotundamente que cualquier fase de crecimiento económico es mejor que otra de estancamiento o recesión.

Sin embargo, en ocasiones, existen peculiaridades  asociadas a ciertos ciclos de crecimiento que colocan en un trance de provisionalidad la calidad y, por ende, la sostenibilidad del mismo. El crecimiento de la economía española está ahora en una de esas fases.

Desde que el país abandonara la recesión en el tercer trimestre de 2013, la fragilidad en la que se cimienta la expansión  del PIB doméstico, suscita no pocas dudas sobre su potencial para crear empleo de calidad, un aspecto básico para consolidar tasas sostenibles de crecimiento económico.

Nuestra fuerte dependencia del ritmo crecimiento de la zona  euro (ahora particularmente incierto) y la tímida reactivación de la demanda nacional (por lo que respecta al consumo de los hogares, muy ligada a la evolución del mercado laboral) empañan el pronóstico sobre el futuro ritmo expansivo de la economía española.

Por ello, en una línea similar a la expresada recientemente por el catedrático de Economía de la Empresa, Emilio Ontiveros, creo que nuestra economía necesita un despliegue de estímulos adicionales que amplíe y refuerce su base de crecimiento, todavía vulnerable.

Este esfuerzo añadido debe canalizarse necesariamente hacia una inversión empresarial más potente y diversificada que, de por sí, dé más consistencia a la proyección futura del mercado laboral. Además, la inversión en I+D emerge como una pieza clave en la que prioritariamente debe anclarse el proceso de expansión económica.

El salto de la frontera desde la recesión hacia tímidas tasas de crecimiento, revela paralelamente el precario escenario competitivo de nuestra economía que, tras haber ganado fuerza e intensidad en su vertiente comercial durante el periodo más bronco de la crisis, vuelve a perder músculo al socaire de una mínima reactivación doméstica.

Por tanto, en la misma medida que vamos dejando atrás la zona más sórdida del túnel de la crisis, entrevemos que las luces de la recuperación vienen acompañadas de archiconocidos desequilibrios de antaño.

La estela de sufrimiento que ha dejado la cruel  profundidad de la crisis, también debería suponer una inédita oportunidad para superar de una vez los vicios que tradicionalmente ha padecido nuestra economía.   Perder esta ocasión, sería un gravísimo error y habría hecho inútil la sangre derramada.

Pero más allá de los argumentos estrictamente económicos, el estruendo electoral que se avecina en el horizonte político inmediato, también arroja zonas oscuras en el devenir económico del país.

A nadie se le oculta que un periodo electoral suele ser incompatible con cierta toma de decisiones económicas y, muy al contrario, propicio para otras. A veces, en ninguno de los casos, se trata de las mejores decisiones.  

También con relación a esto, la tentación de algunos de exagerar los efectos de la recuperación solo será comparable a la tentación de otros por minimizarla. Esto, sensu lato, podría golpear la confianza en la economía, algo de la que no estamos muy sobrados.

Déjenme decir a este respecto, que muy probablemente, las cosas no irán tan bien como algunos ya pretenden hacernos creer ni tan mal como otros argumentan.

A diferencia de la evangélica multiplicación de los panes y los peces, la economía deja poco espacio para la milagrería.

En conclusión, además del molesto ajetreo político por el que inexorablemente tendremos que transitar en los próximos meses, tengo la sensación de que aún queda mucho por hacer (quizá también por deshacer) en materia económica.