UN CUENTO DE NAVIDAD

15.12.2014 09:25

Poco importa su nombre, su color o su religión. Este hombre buscaba desesperadamente a su país, el lugar donde vivía, donde trabajaba. El lugar donde tenía su familia, sus amigos …

Hace pocos días escuchó decir a alguien que su país era el más próspero de los países de su entorno, que la crisis ya era historia y que estas navidades serían las primeras navidades de la recuperación tras muchos años de penuria. Pero él no lograba ver nada de eso, no sabía donde estaba ese país ni cómo llegó a este sombrío lugar.

Miró a su alrededor y vio mucho paro, mucha gente con miedo a perder su trabajo, un piso de 30 metros cuadrados donde vivían los abuelos, la hija, el yerno y cuatro nietos desnutridos que iban a un colegio donde ya no daban de  comer.

Nuestro hombre pidió ayuda desesperadamente, necesitaba saber dónde estaba, por qué se le ocultaba ese paraíso donde algunos decían que vivía.

¿Qué me está pasando?, ¿estaré ciego?, ¿habré viajado sin saberlo?, ¿me estaré volviendo loco o es que tengo ataques de catalepsia?

Aterrado, decidió ir a un hospital para pedir ayuda. Llegó a un edificio con aspecto desmantelado. Allí,  vio un montón de enfermos apilados en lúgubres pasillos de paredes desconchadas que algún día fueron blancas. Los enfermos se quejaban con la mirada perdida mientras yacían tendidos en camastros o en el suelo sobre un mugriento colchón. Sus familiares lloraban desconsolados y, clamando a Dios, pedían ayuda al vacio.

Nuestro hombre, invadido por el pánico, corrió a una farmacia para suministrarse las medicinas que, a regañadientes, le había recetado un médico, con síntomas de agotamiento, en aquel sórdido hospital.

Ya, en la farmacia, escuchó como el boticario le decía  a un cliente pálido y extremadamente delgado, que la Administración le debía tres meses de facturación y que él mismo ya no podía pagar a sus proveedores. El cliente asintió como quien está ausente, embutido  en sus propios  problemas.

Desgarrado por el amargo baño de realidad callejera, nuestro hombre llegó a su casa. En su pequeño refugio encontró algo de consuelo a tanta miseria pululando a solo unos pocos metros de su hogar.

Desolado, trataba de recordar quién había dicho que su país era próspero y feliz, que esas navidades serían las primeras de la recuperación, pero no lograba recordarlo. Creyó que había sido una ensoñación. Tomó sus pastillas y al poco rato se quedó dormido. Entonces, solo entonces, fue feliz.