ESPAÑA ANTE UN LARGO CAMINO PARA ACABAR CON LA CORRUPCIÓN

04.11.2014 12:46

No hay mayor problema que el que se aborda inadecuadamente. España y la corrupción es un buen ejemplo de ello.

No es raro que nuestros legisladores, en materia de malas prácticas, confundan raíces con brotes, lo que hace baldío cualquier intento serio de acabar con la corrupción.

Este error de apreciación, conduce a la elaboración de interminables y complejos mamotretos normativos que suelen producir el efecto contrario al deseado. En lugar  de extirpar los gérmenes de la corrupción, acaban alimentándolos.     

Antes qua nada, la corrupción es un rasgo cultural estrechamente vinculado con las coordenadas educativas que guían a una sociedad. En España, tales coordenadas son objeto permanente de arrogación patrimonial por todos y cada uno de los gobierno en el poder. No hay gobierno que no haya irrumpido en el sistema educativo con sus propios esquemas de enseñanza, a veces, difícilmente segregables del mero adoctrinamiento.

Si además de fijar los contenidos que deben primar en el bagaje cultural de las futuras generaciones, los gobiernos también recortan los medios para llevar a cabo el proceso mismo de la educación, el resultado puede ser catastrófico.

Por razones como estas, el exclusivo contenido legal con que el Gobierno de Rajoy pretende poner coto a las malas prácticas en la administración pública está destinado al fracaso, como otros tantos intentos precedentes. La ley castigará al corrupto pero no acabará con la corrupción, de igual manera que la pena de muerte mata al delincuente pero no elimina la delincuencia.

Casualidades de la vida han hecho que un servidor tenga la oportunidad de conocer de primera mano algunos rasgos de la cultura danesa, un país que está en las antípodas de la corrupción como práctica habitual, según la última  estadística de Transparencia Internacional. Recordemos que la sociedad danesa responde a un modelo igualitario comprometido con el estado del bienestar.

Pues bien, mi relación con Dinamarca procede de un viejo amigo economista y de una entrañable amiga dedicada al mundo de la empresa. Ambos, residentes en España desde hace muchos años, a menudo me muestran su perplejidad ante determinadas prácticas habituales en nuestro país que se considerarían insólitas en el suyo.

Ahora me viene a la memoria una observación de mi amigo economista, mostrándose sorprendido por la amplia presencia de personas, ajenas al deporte, en los palcos de los estadios de fútbol. Según me cuenta, en Dinamarca todo el mundo paga su entrada para asistir a cualquier evento deportivo. El asunto adquiriría mayor relevancia si diéramos verosimilitud a comentarios en el sentido de que algunos de esos palcos han sido testigos de transacciones comerciales al más alto nivel.

Si, como hemos convenido, las malas prácticas asociadas a la corrupción están sepultadas en hondas raíces culturales, entonces el código penal, más allá de la intención punitiva,  debe dejar paso a un esquema razonablemente integrador y aséptico  del sistema educativo.  Si esta reflexión es acertada, debemos creer que el proceso de limpieza será largo, más aún, considerando que el camino elegido por el Gobierno para barrer la basura no parece el adecuado.     

Quizá sea por ello que Dinamarca ya ha tomado una ventaja que se nos antoja inalcanzable para países como España. Dinamarca ha hecho de su sistema educativo el primer y más elemental obstáculo contra el fraude a todos los niveles, desde la clase política hasta los ciudadanos.