UNA PEQUEÑA HISTORIA PARLAMENTARIA

03.03.2016 17:19

No será un servidor quien se atreva a afirmar que el debate de investidura del señor Pedro Sánchez ha sido cosa inútil y fraudulenta (eso ya lo dijeron otros). Nada que avive el uso de la palabra podría considerarse de modo tan peyorativo.

Sin embargo, uno tiene la sensación de que, catalizadas por las calenturas de sus señorías, las sesiones parlamentarias de estos días, probablemente resultaron más histriónicas que ilustrativas para los ciudadanos.

Es verdad que los parlamentos se idearon para dar rienda suelta a la palabra, pero hablar, insultar u ofender son actividades bien distintas entre sí. El ciudadano está ávido de que sus representantes políticos muestren alguna sensibilidad hacia sus problemas. El Espectador teme que el ciudadano quede tristemente emponzoñado por la frustrante sensación de que los políticos solo se esfuerzan por hallar remedios para sí mismos o sus partidos, ignorando los ungüentos que podrían aliviar la complicada cotidianidad de sus representados.

Con razón, alguien podría decir que, procurándose soluciones para sí mismos, sus señorías acabarían encontrando soluciones para los demás.

Raramente es así, un servidor no cree arriesgar mucho de su limitado crédito predictivo al afirmar  que las sesiones parlamentarias del martes y miércoles dejaron al parado, al pensionista, al desahuciado, a la maltratada o al estudiante (perdónenme los múltiples omitidos) tal cual estaban antes de empezar el ilustre evento, es decir, igualmente sumergidos en sus inquietudes cuando no en la desesperación.

-          ¡Yo no te apoyo a ti porque mes has insultado y, además, eres un rojo asambleario!

-          ¡Pues tú nunca tendrás mi voto porque eres un facha rancio y trasnochado!

Los ciudadanos no pueden estar sometidos a la banalización del ejercicio de la política. Muy al contrario, los grandes problemas de los ciudadanos necesitan respuestas inmediatas. Quien, dedicándose a la política, no entienda tan simple premisa, debería ser apartado del ejercicio de sus funciones.

Un servidor tiene la certeza de que un insignificante estornudo de la prima de riesgo haría saltar todas las alarmas entre los aspirantes al poder, desplegando de inmediato una infinita capacidad de negociación entre sus señorías a fin de inventar la gobernabilidad del país ¿Por qué los parados o los pensionistas no merecen el mismo esmero?

De nada sirve la mítica solidaridad de la izquierda si no la pone diligentemente al servicio de los más desprotegidos, del mismo modo que carece de utilidad el notorio pragmatismo de la derecha si no es capaz de frenar la sangría de la creciente desigualdad.  

Desde la perspectiva del Espectador, la lección que hemos aprendido de este debate y, de otros tantos que lo precedieron, no es otra que la constatación de que el ciudadano está absolutamente solo delante de sus problemas. Este podría ser el desalentador corolario de esta historia parlamentaria. El viernes, más de los mismo.