Una marcha sin nombre y apellido

25.03.2014 12:02

 

- Ni tanto, ni tan calvo.
- ¿Por qué lo dice?
- Porque para acceder a mi banco (el de toda la vida), a mi trabajo (el de los últimos 30 años) y a mi casa (la de siempre) no me dejan pasar si no digo el tamaño de mi fémur, el color de mis dientes y el propósito que me guía. En cambio, un mogollón de gente anduvo el sábado paseándose bien apretada por las calles de Madrid y todavía muchos se preguntan quiénes eran y qué querían.
- ¿De verdad que no lo sabe?
- Tan cierto como que hay Dios.
- Mal empezamos (susurra el que pregunta).

Algunos trataron de explicarnos con denuedo que Madrid parecía una ciudad tomada por unos bárbaros desalmados que destruían todo lo que salía a su paso, sin que nadie dijera exactamente quiénes eran y qué querían.

Nunca antes habíamos echado tanto de menos las tarjetas codificadas, los escáner, los lectores de pupilas y los guardas jurado para descubrir la identidad de tanto devastador.  

No pasa nada. En no mucho tiempo comienzan a circular versiones de que se trata de grupos antisistema y radicales de izquierda. Todo está en orden. 

- ¡Acabáramos!, eso lo explica todo. Estos energúmenos no quieren otra cosa que acabar con todo y atizar a los agentes del orden. Son los marginados de siempre.

El que escucha, queda cabizbajo, con un gesto de como quien sabe que nada va a cambiar.

Un montón de parias, de ofendidos por el sistema, de sus familiares y amigos no tienen esperanza de redención. Una vez más quedan reducidos a despiadados radicales de izquierda y grupos antisistema. Ya nadie recuerda para que estaban allí y qué querían.

No pasa nada. Para eso están los antisistema, la izquierda radical, los irredentos marginados, para explicar lo que sin ellos sonrojaría a los gobiernos y no tendrían manera de justificar sin renunciar al poder en un inédito gesto de dignidad.

¡Tranquilos!, todo está bien.