VAMOS A CONTAR VERDADES

09.06.2015 12:01

Permítame una pregunta, ¿con qué se identifica más, con la natural bondad que nos propone Rousseau o con la intrínseca maldad que Hobbes nos dejó como su principal herencia intelectual?

Desde luego, un servidor siempre ha preferido imaginar el mundo alumbrado por el destello luminoso del ilustrado ginebrino. Es cierto que mis preferencias rara vez han sobrevivido al cruel yugo del mundo real.

“Di la verdad, aunque duela”, cuentan que le dijo Pedro a Longino de Cesarea, tiempo después de que el primer jefe de la Iglesia negara tres veces a Jesús.

Ahora que la opinión pública contempla muy de veras la hipótesis de que Podemos triunfe en las próximas elecciones generales, algunos ciudadanos nos preguntamos si el Sistema tolerará semejante porfía contra sus más implacables códigos de conducta. Me temo que no.

La Historia reciente nos enseña que el Sistema (todos sabemos de qué Sistema hablamos) ha eliminado de la faz del poder a gobiernos presuntamente hostiles a sus intereses. Para ello, el Sistema no ha dudado en desplegar toda la furia de su escurridizo brazo ejecutor, no otro que su sanguinario lugarteniente financiero. Pero si el presunto homicida se empeña en ocultarnos su auténtico rostro, difícilmente podremos someterlo a las leyes de la democracia.

Alarmados por la etérea sustancia de nuestro sospechoso, nos sentimos obligados a preguntar a los responsables de Podemos si han tomado nota de lo sucedido en Grecia tras la victoria electoral de Syriza. Casi seguro que la respuesta de nuestra emergente formación política nos legitimaría para exigir al Sistema que nos diga la verdad – aunque duela - y nos cuente si, en esta parte del mundo, merece la pena o no ir a votar.

Un ex financiero arrepentido nos ha dicho que, en esta parte del mundo, basta con que el dedo pulgar del Sistema señale hacia abajo – como cruel emperador romano – para que la prima de riesgo haga el trabajo sucio y acabe con cualquier esperanza de cambio.

A estas alturas del  presente año electoral, quiero creer que Podemos sabe que su más encarnizado enemigo no está solo en el sinuoso ámbito de la política sino que hay otro mucho más poderoso que acecha oculto bajo las rentabilidades de los bonos.

Así las cosas, ¿no deberíamos preguntar al Sistema si tiene algún sentido, más allá del retórico formalismo, gastar suela de zapato para ir a depositar un papel en una urna?

-         “Dígame a quién debo votar y, probablemente, ahorraremos sustos, tiempo y dinero”, le susurraríamos al Sistema en un discreto vis a vis.

Quién sabe, igual en un extravagante alarde de sinceridad, el Sistema nos respondería que lo más práctico sería quedarse en casa.

¡Uf, como duele la verdad!

Entonces, ¿por qué no dejar que las pragmáticas instituciones europeas, asesoradas furtivamente por el mundo financiero, elijan a nuestros  gobiernos para evitar inútiles sobresaltos y amenazas de intervención?

Admito que lo dicho hasta aquí nos contamina en exceso de desolación pero, ¿alguien podría ofrecernos cabalmente una realidad más verosímil e ilusionante?

Las instituciones económicas supranacionales deciden el momento en el que un país debe entrar o salir de una crisis en base a su nivel de ductilidad con el Sistema y, a menudo, por encima de las evidencias que apuntan en un sentido bien distinto.

Si el Sistema ha devorado democracias, arrasado urnas y concentrado el poder en los finos hilos de los intereses económicos y financieros, ¿por qué no reconocerlo de una vez en lugar de enmascararlo inútilmente en nombre de no sé que ridículo pudor o decoro?

Debo reconocer que después de las elecciones municipales que tiñeron de ‘rojería’ blasfema el panorama político español, me ha divertido más el plañido desesperado de los perdedores, trémulos por la inminente quema de conventos, que los grotescos discursos de algunos funcionarios del Sistema, intentando disfrazar su indisimulada irritación de no sé que “primavera española”.