A Katia

28.06.2017 12:01

Era una tórrida tarde de mayo del año 2009, hacía un calor asfixiante en Colmenar Viejo, debíamos estar en plena ola de calor, esas olas de calor que invaden los informativos.

- ‘¿Tienes alguno bonachón, tranquilo, pacífico?’
Después de un instante pensativo, Luis nos dijo: ‘venid por aquí, creo que tenemos algo que os puede interesar, aunque es un poco mayor’.

A la intemperie abrasadora, recorrimos el amplio reciento hasta que llegamos a un angosto lugar por donde tuvimos que cruzar una puerta metálica y, poco después, subir unos pocos peldaños de tierra. Ahí estaba ella, tumbada sobre el suelo terroso, justo detrás de una oxidada malla metálica que la separaba de su cruel y solitario mundo exterior.

- ‘Es tan buena que la llamamos Alma’, nos dijo Luis. ‘Todas las noches, cuando venimos a verla y a despedimos de ella hasta el día siguiente, se queda gimoteando. Le gusta sentir nuestra compañía’.

Nos acercamos a la malla metálica hasta tocarla con la punta de la nariz. Alma se puso de pie, como para darnos la bienvenida a su modestísimo hogar, una jaula maloliente de apenas dos metros cuadrados, compartida con dos perros más.

De repente, la nariz de Montserrat se vio sorprendida por un lametón de Alma, dejando en evidencia el presunto hermetismo de aquella maltrecha barrera metálica. En ese momento, comenzó el romance entre Katia y nuestra pequeña familia, arrancaba una historia de ocho años que, sin duda, marcará el resto de nuestra vida.

Nos llamó poderosamente la atención sus grandes ojos, su mirada inmensa, llena de tácita, infinita y apacible ternura y sabiduría.

Hace unas pocas horas, cuando sus ojos se apagaron para siempre, me pareció sumergirme en una tupida oscuridad que nunca antes había conocido. No sé cómo podré salir de las sombras. Ahora, comprimido por el dolor, no encuentro las palabras justas para trasmitiros cuánto echo de menos la rutilante luz de aquel 4 de mayo de 2009.

Aún no sabemos, probablemente nunca lo sepamos, si nosotros elegimos a Alma o fue Alma quien nos eligió a nosotros. Tanto da, el caso es que a los pocos días de aquel primer encuentro, fuimos a rescatarla de aquel lugar, dispuestos a compartir tantos años como fuera posible con ella, a quien rebautizamos con el nombre de Katia.

Desde aquel momento, Alma solo quedó en los archivos de aquel digno refugio de la Comunidad de Madrid, si consideramos sus muy escasos medios.

En este momento, cuando todavía siento su trémula respiración en mis mejillas mientras se iba, no puedo describir lo que fue nuestra vida con Katia. Mi corazón está tan encogido que me falta el aire para respirar, ¡cuánto más! para encontrar las palabras justas que compriman ocho años de vida junto a lo que, imperceptiblemente, se fue convirtiendo en parte de nuestras vísceras.

Como era de esperar, hubo momentos de extraordinaria felicidad y otros de honda preocupación. Ahora, todos se agolpan caóticamente en mi recuerdo.

Nunca pudimos imaginar que compartir vida con Katia nos aportaría tanta felicidad, como dolor su marcha. Por mi parte, solo puedo expresar gratitud a una perra que me hizo mejor persona.

Katia no solo fue nuestra fiel mascota, también fue nuestro hija, igual que ”Troylo” lo fue para Antonio Gala.

Vosotros, amigos míos, que habéis compartido mi dolor, sé muy bien que entenderéis esta erupción de emoción y sentimientos, lo que alivia muy de veras la tristeza que invade mi corazón.