ANDALUCÍA

20.03.2015 11:25

La comunidad autónoma más habitada del Estado, particularmente agraciada por un colorido ramillete de inequívocas señas de identidad nacidas de su genética multicultural, se pone delante de las urnas para decidir su destino durante los próximos cuatro años.

En este electoral año 2015, a Andalucía le toca inaugurar el sonido de las urnas sin más voz que la de sus ciudadanos; la más sublime esencia de la democracia.

Muy probablemente, a Andalucía también le corresponderá el privilegio de abrir una página inédita en la reciente historia de España como es la de hacer del pacto una fórmula ordinaria para lograr la estabilidad política.

Desde las primeras elecciones democráticas del posfranquismo, los pactos de gobierno forzados por legislaturas de mayorías minoritarias, se limitaron a pausas muy transitorias. A partir del domingo, los sondeos apuntan a que el bipartidismo tendrá que compartir el pastel político con otras formaciones no periféricas, inaugurando – quién sabe por cuánto tiempo - nuevas fórmulas para la gobernabilidad.

En lo sucesivo, parece que el político español deberá  acostumbrarse a pactar para gobernar, a familiarizarse con la semilla del diálogo y de la tolerancia con la oposición. Tendrá que aprender a estrenar zapatos todos los días, aunque aprieten. Mientras, el ciudadano parece el más directo beneficiario de tal eventualidad.

¿Imaginan ustedes qué bueno hubiera sido para los ciudadanos del país que el Gobierno Popular hubiera tenido que pactar la Reforma Laboral o la nueva ley de seguridad ciudadana?

Cuando las mayorías absolutas, con la sola excusa cuantitativa de los votos, se utiliza para imponer criterios ideológicos, partidistas o personalistas, entonces algo chirría en un sistema democrático. Es evidente que la contundencia del rodillo numérico es más cómoda para el trajín parlamentario de cualquier gobierno (eventualmente también para los mercados financieros), pero no es infrecuente que las mayorías absolutas tiendan a olvidarse del interés general.

A partir del domingo, Andalucía tendrá el privilegio de cambiar la excepcionalidad por la normalidad en la nueva política de pactos y coaliciones, la misma que parece destinada a instalarse en el conjunto del Estado, presumiblemente a partir de noviembre.

No es casual que los periodos de mayor fertilidad política en España hayan coincidido con gobiernos que tuvieron que recurrir al pacto como moneda de uso corriente para sacar adelante sus iniciativas. Fue el caso del último Gobierno socialista presidido por Felipe González o del primer Gobierno popular encabezado por José María Aznar. Los beneficios derivados de ambas etapas legislativas fueron particularmente visibles en materia económica.

 Si las elecciones andaluzas tienen un componente añadido de interés es porque van a enseñar con verosímil certeza el nivel de empatía que las formaciones políticas emergentes han sido capaces de aglutinar para su causa.

Sin duda, inmediatamente después del cierre de los colegios electorales andaluces, la primera traducción que harán los analistas de los comicios será en clave de extrapolación al resto del Estado.

Tal vez la primavera andaluza sea un anticipo de lo que podría ser el otoño español.