CASI COMO DIOS

01.09.2019 08:37

Nadie lo ha visto, pero todo el mundo ha oído hablar de él. Hace unos días leí que una periodista (Lucía Méndez) estaba indignada con el líder de Unidas-Podemos porque éste había desvelado una conversación privada entre ambos. Según contó Pablo Iglesias a un medio radiofónico, Méndez le había asegurado que el Sistema nunca consentiría que alguien como él formara parte de un consejo de ministros o que alguien como ella dirigiera un periódico. Probablemente, Lucía reveló una de esas verdades que no conviene saber. Lástima que estas cosas no suelan compartirse públicamente. ¿Por qué será?

Esta pequeña anécdota me iluminó algunas ideas para escribir unas pocas líneas sobre el Sistema, materia sobre la cual ya trató mucho tiempo antes el Ilustre George Orwell en su fantástica novela 1984. Sin embargo, desde esa emblemática fecha literaria (el libro se publicó en 1949) hasta nuestros días han sucedido algunos acontecimientos que tal vez hayan refrescado el incuestionable vigor del relato de Orwell. Un poco después hablaremos de ello.

Aquella vieja sentencia de Anaxágoras, según la cual el objeto de nuestros temores debe ser más lo que no vemos que lo que está a la vista, nunca fue más acertada que aplicada al Sistema. El Gran Hermano de Orwell, a modo de revelación bíblica, se convierte en el Sistema de ayer, de hoy y de mañana. Nunca la verdad ha sido más devastadora, más cruel. Nada ni nadie escapa al ojo del Sistema, a su voluntad.

¿De verdad que Iglesias ignoraba el axioma que contiene la confidencia de Méndez? Si es así, mejor que nunca forme parte de un consejo de ministros, en su propio beneficio y en el de todos. Ello, sin embargo, me reconforta puesto que desdibuja la pretendida enemistad entre Iglesias y Sánchez, como más de una vez se nos ha sugerido desde los medios. Es más, no sería disparatado creer que Pablo y Pedro se profesan mutuo respeto y admiración. ¿Por qué ponernos en los peor?

Apelando a mi frágil memoria y limitándome solo al ámbito doméstico, recuerdo dos presidentes de gobierno socialistas – de los tres que las urnas tuvieron a bien aupar hasta tan alta responsabilidad desde 1982 — que fueron expulsados de la la cima del poder por el Sistema o Establishment. El tercero, tuvo la oportunidad de reconvertirse y alcanzar la presidencia tras sufrir, con harto dolor, el cruel látigo del Sistema.

¿Recuerdan?, a Felipe González lo echó el Sistema parapetado tras la máscara de la peseta, a José Luis Rodríguez Zapatero lo echó el Sistema camuflado en forma de bono y Pedro Sánchez llegó hasta La Moncloa después de pasar apresuradamente por la escuela de reciclaje del Sistema y rendirle la obligada pleitesía. Su permanencia en el timón del Gobierno dependerá de la firmeza de su domesticada ductilidad.

Da igual que sea usted de izquierdas, de derechas o de centro, tanto da que sea progresista, conservador o liberal. Si no jura o promete obediencia eterna al Sistema, olvídese de presidir un gobierno o de dirigir un periódico distinto a la hoja parroquial de su congregación. A propósito, ¿alguien sabe a qué se dedica ahora David Jiménez (exdirector de El Mundo y autor del libro “El Director”?).

En 2015 las élites veían con terror la llegada de Podemos al Gobierno y toman una decisión para evitarlo.”.., cuenta Jiménez en uno de los pasajes de su libro.

El Sistema, ¿tiene cara, tiene nombre y apellido, vive en una casa como el resto de los mortales? ¿El Sistema tiene aficiones, mastica chicle, riega las geranios? No, el Sistema no tiene nada que ver con el individuo, cualquier intento de antropomorfismo del Establishment será baldío. El Sistema es lo más parecido a Dios, pero desprovisto de la sustancia divina que tanto fascina al hombre. A Dios se le ama, al Sistema se le teme.

Tal vez el excomisario José Manuel Villarejo pueda describir mejor que nadie cómo son las facciones del Sistema.

Parafraseando una célebre frase golista, sí creo que el Sistema no tiene amigos, solo tiene intereses. Si cambian el Sistema por Francia, ya tendrán la inmortal frase del no menos inmortal general francés, Charles de Gaulle.

Carente de sentimientos y libre del peso del pasado, el Sistema solo busca rentabilidad, ilimitadas ganancias que garanticen la perpetuidad de su dominio. Olvídense los nostálgicos de volver a los viejos tiempos de gloria. El Sistema siempre impone su indivisible poder, una hegemonía cimentada en su calculado anonimato. La globalización es la nueva savia que circula por sus venas. Nada ni nadie que quiera medrar en este vasto cuadrilátero logrará su propósito sin el favor o visto bueno del Sistema.

A lo largo del tiempo, el Sistema ha ido sofisticando sus métodos de persuasión y fidelización. Ya no necesita disparar un solo tiro para disuadir a sus detractores. Ahora su arma letal es mucho más sutil y escurridiza al control de los tribunales internacionales. Consiste en la asfixia económica. ¿Para que gastar en otra munición y arriesgarse a sanciones? Así fue como Bruselas aplastó el intento de rebelión de Grecia. El método es infalible. Todavía tengo fresco en mi memoria el testimonio de Yanis Varoufakis “Comportarse Como Adultos: Mi Batalla Contra El Establishment Europeo”. El político griego, narra cómo Europa arruinó el sueño de una sociedad más justa anhelada por Syriza.

Por razones no muy diferentes, tanto el Brexit como la independencia de Cataluña chocan con la oposición frontal del Sistema. (Ruego aquí a los entusiastas de uno y otro movimiento olviden por un momento su fervor patrio y hagan el esfuerzo de contemplar ambas reivindicaciones como un monumental desafío al Establishment económico).

Así es, mucho dinero anda en juego como para permitir, de buen agrado, la bifurcación de los caminos. Créanme que la resistencia patriotera de la oposición interna de cada país, es una insignificante anécdota comparado con la mano de hierro de la curia bruselense.

Pierda toda esperanza la militancia secesionistas de que el Sistema respalde sus respectivos objetivos.