DIMISIONES

27.11.2014 12:14

Ayer me contaron que había dimitido la ministra de Sanidad. La noticia no me interesó. Hace tiempo que me dejó de interesar la ministra de Sanidad. Algo parecido me pasó cuando me contaron que había dimitido el ministro de Justicia. Gallardón me dejó de interesar, incluso mucho antes que la ministra de Sanidad.

Y si algún día me cuentan que ha dimitido el presidente del Gobierno, tanto me dará. Rajoy nunca me inspiró interés. Debo reconocer que este Gobierno no es capaz de mover mí estado de ánimo más allá de lo que lo haría el vuelo de una mosca sobre un estercolero.

Es cierto que estos sentimientos suelen ser mutuos y, si de esta suerte, mi desinterés por el Gobierno es absoluto, la recíproca debe ser parecida.

Claro está que el presunto desinterés del Gobierno hacia mi persona carecería de la más mínima importancia si no fuera porque, en este ámbito, no debo contemplarme aislado del resto de los ciudadanos.

Siempre he tenido la sospecha de que el Partido Popular quiso el poder para ejercitarse en él y no para desplegarlo más allá de las puertas de La Moncloa.

Por lo que hemos visto después de 3 años de mandato “rajoniano”,  este Gobierno apenas ha mostrado interés por todo aquello que no fuera la salvaguarda del orbe  financiero. Sin duda que esa tarea era importante, pero no la única, ni siquiera la principal.

Uno tiene la impresión de que el Gobierno dio por concluida su tarea cuando evitó la intervención soberana del país. Craso error, su capacidad de gobernanza debería haberse revelado con mayor entusiasmo en un contexto de normalidad, una vez superada la excepcionalidad financiera. La buena gobernanza no es tal si no se esparce para todos.

El desempleo, la sanidad, la educación, la pobreza, la corrupción, las pensiones, la investigación y el desarrollo han sido tratados como aspectos subalternos, como categorías subordinadas a los interses financieros que no precisaban de un tratamiento intenso ni específico.  

Ahora, el ciudadano, incapaz de reconocer su propio país cuando requiere de sus servicios públicos, se pregunta si ha merecido la pena evitar la intervención a cambio de un descenso tan estrepitoso a la segunda división del bienestar, de un futuro tan incierto como inquietante.

El Gobierno de Rajoy solo se ha mostrado competente en el bunker financiero. En la calle ha naufragado, hundido  por puro y simple desinterés.

En este punto caigo en la cuenta de que las mayorías absolutas  son tan políticamente cómodas como insanas socialmente.

Estoy persuadido de que un gobierno no gobierna para todos si no está obligado a pactar.