El amigo del Espectador

31.01.2014 11:06

 

Como quizá recordéis, recientemente el Perplejo Espectador intentó describir la España de hoy como un mix entre Alicia y Dante en su viejo empeño por darle a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios (Reddite ergo quae sunt Caesaris, Caesari et quae sunt Dei Deo)

Sin embargo, un buen amigo del Espectador - lo suficientemente paciente como para leer sus artículos - hizo una pequeña observación a tan equitativo título que, a la postre, no sería tan pequeña.

- "Buen diagnóstico lo de Dante y Alicia, pero yo añadiría Amanece que no es poco", le dijo.

Entregado a su vocación salomónica, el Perplejo Espectador nunca habría caído en la cuenta de que la ingeniosa película de Cuerda se ajustaba mejor a la imagen que él quería describir de ese país: un lugar donde amanecer por occidente es la menor extravagancia que le puede pasar a sus ciudadanos.

Y es cierto que el ciudadano corriente y moliente - el que paga sus impuestos y el que no los paga porque no le llega - debe pasar cada día de la semana pegado a una rara alquimia de sentimientos, todos ellos embutidos en una inmensa sensación de orfandad.

Para el ciudadano cuya principal ocupación es encontrar trabajo o para el jubilado que debe procurarse su cotidiana pastilla, el verbo solemne del Gobierno debe resultarle tan extravagante como grotesco. Amanece que no es poco.

Mientras el Gobierno se esfuerza en explicar al pensionista la razón por la que es más importante pagar los intereses de la deuda que asegurar el calor de su hogar en invierno o en convencerle de que nunca va a perder poder adquisitivo, algo más de una cuarta parte de la población activa - ¡una cuarta parte! – convive con la rara sensación de que todos los días son iguales, como calcados por la desesperanza y la convicción de que, quien debería velar por su bienestar, ha elegido instalarse en las antípodas de sus necesidades, cruelmente ajeno a su intrascendente realidad.

Y el recurrente eslogan de que España ha salido de la crisis cae como obscena ofensa para quienes ya no tendrán ocasión de ver tiempos mejores.

Pese a todo, para estos desafortunados, su mayor frustración debe ser el convencimiento de que no hay esperanza posible, no. Saben que ningún Gobierno del mundo, de derechas o izquierdas, va a ocuparse de la "marginación inevitable", de los que no saben sobrevivir en la selva.

- ¿¡Quién cree hoy en las ideologías!?

- Nadie, pero al menos, no perdamos la esperanza de que algún día la mujer pueda recuperar la propiedad de su cuerpo con otro gobierno.

- Veremos.

- Hablando de otra cosa. Usted, señor Espectador, me ha decepcionado.

- ¿Por qué?

- Porque creía que su Catalejo hablaría de mercados. De los intereses de la deuda, de la Onda de Elliot y, en lugar de eso, me lanza un discurso moralizador, quejumbroso y llorica.

- De vez en cuando, solo de vez en cuando, también conviene hablar de lo importante.