EL PARADIGMA GRIEGO

21.08.2015 12:36

Uno, que siempre anda preguntándose por el sentido de las cosas, ha encontrado y encuentra más dificultades de las habituales en hallar una explicación convincente a todo lo sucedido en Grecia desde que Syriza ganara las elecciones el pasado mes de enero.

El extraño viaje de ida y vuelta del primer ministro heleno, Alexis Tsipras, ha puesto la inevitable guinda de un pastel que, contra la esencia de todo buen pastel, acabó amargando más que endulzando el paladar de quienes lo probaron.

Tsipras, cuyo triunfo electoral descansó sobre la promesa de devolver la dignidad a un pueblo humillado, no tardó en hincar la rodilla acosado por un inmenso baño de realidad que, salvo improbable milagro, llevará a Grecia a un nuevo proceso electoral tras su renuncia. Mientras, para el dictamen de la Historia, quedó emplazada aquella incomprensible convocatoria de referéndum y la posterior dimisión de Yanis Varoufakis, un político accidental con cara de halcón y corazón de paloma.

Todavía hoy, algunos nos preguntamos por los motivos que condujeron a Tsipras a agravar aún más las condiciones de un nuevo rescate financiero a su país, buscando el refrendo de un pueblo que, solo seis meses antes, le había otorgado una mayoría política solvente.

¿De verdad creía Tsipras que podía enfrentarse a la Europa de Merkel y Schäuble sin más credenciales que un modesto dos por ciento de su Producto Interior Bruto?

Si lo creía, malo. Si no lo creía, peor.

Sin embargo, a estas alturas del extravagante y aparentemente fallido recorrido de Syriza en el poder, todavía albergo dudas sobre su definitiva derrota. Contra todo pronóstico, David  ganó al gigante Goliat.

Parafraseando a Varoufakis, creo que Syriza ha abierto un necesario debate que, probablemente, acabará transformando las reglas del juego que ahora contemplan las premisas financieras del viejo continente. Cada vez son más los que dudan en Bruselas y en el FMI de la sostenibilidad del perfil estructural de la deuda griega y los que admiten la clamorosa inoperancia del bucle que trata de afrontar este creciente desequilibrio en el conjunto de la moneda única.

Una vez más, Europa ha cerrado en falso las profundas grietas que amenazan la integridad de su vulnerable arquitectura financiera. Como sucede con una herida mal cerrada, la infección continuará extendiéndose hasta gangrenar todo el organismo. Europa no puede solventar sus frecuentes crisis económicas y financieras con la venta en cascada de todos sus activos a Alemania. Si ese era su destino, qué lástima no haberlo visto un siglo antes en Versalles, ahorrándonos un sinfín de calamidades.

Lejos de toda intencionalidad espuria o banalmente retórica, hoy podemos afirmar que la Europa de los pueblos, de la solidaridad y del bienestar está lejos de nuestra realidad. Muy al contrario, nuestra Europa se construye a golpe de crueldad, amenazas y creciente marginación.

Solo en ese contexto puede entenderse que Luis de Guindos - ministro razonablemente cabal y distante del histrionismo - dijera en frustrada confidencialidad al entonces comisario europeo de Asuntos Económicos y Monetarios Olli Rehn, que el Gobierno de España había elaborado una reforma laboral “extremadamente agresiva”. Sus palabras, dichas en el año 2012, fueron premonitorias de unos de los azotes más severos que aún hoy padece la ciudadanía bajo los auspicios de la ortodoxia teutona. Cierto es que medidas como esa y otras parecidas evitaron a España el martirio de la intervención soberana, pero no puedo ocultar serias dudas sobre si el remedio no fue peor que la enfermedad.

No es necesaria la aparición en el escenario político europeo de partidos como Syriza o Podemos (no más populistas que los partidos en el poder) para constatar que el mastodóntico edificio que habitamos los ciudadanos europeos se levanta sobre unos cimientos tan frágiles que, de no reforzarse, nos llevarán inexorablemente al derrumbe.