El quinto presupuesto

21.10.2015 13:02

Como si se tratara de un manual de esoterismo, los españoles nos vemos obligados a desentrañar un nuevo episodio de penumbras en nuestra siniestra política de los últimos cuatro años.

¿Cuatro años de legislatura y cinco presupuestos? ¿Cómo se come esto?

Pues propongo llevar el alimento, o lo que sea, directamente a la garganta para evitar saborearlo, cueste lo que cueste. Dejemos que el bodrio caiga al estómago y, ahí, los jugos gástricos se encargarán de descomponerlo hasta convertirlo en inmundicia.

¿Son unos presupuestos escatológicos?

Más o menos.

Solo pensando en su beneficio electoral, puede que el Gobierno trate de edulcorar cuatro años de miseria con un quinto año de limosna. También es posible que se haya instalado un terror incontenible entre el oficialismo bruselense horrorizado por la posibilidad de que un Parlamento español demasiado fragmentado bloquee las grandes cuentas de 2016 tras el próximo 20 de diciembre.

¿Y que piensa el ciudadano español sobre este inédito capítulo de la política del país?

Como siempre, el ciudadano no cuenta más allá de las urnas.  No tiene otra alternativa que la réplica del boquiabierto, reducido a un pasmarote incrédulo, cuando no irritado, por la enésima tropelía alumbrada por una mayoría absoluta.

¿No hubiera sido más cabal esperar a un presupuesto consensuado antes que sacar a la luz un tocho condenado a una inexorable revisión y estigmatizado por Bruselas?

Hace cuatro años que Rajoy vendió a Bruselas el alma de todos los españoles para librar de la intervención a la economía del país. Fausto vendió su alma (la suya) al diablo a cambio de la inmortalidad. Goethe fue más generoso con su personaje que la prima de riesgo con el suyo. Por ahora, “El quinto presupuesto” es el último capítulo de esta gran pamema.

Sin embargo, no crean que Rajoy es el peor personaje de este rústico guión. No, solo a Bruselas corresponde ese honor, convirtiendo a Rajoy en un guiñapo, en una simple anécdota literaria.

Todas las medidas económicas adoptadas por el Gobierno español desde 2011 fueron manoseadas antes por la Comisión Europea, so pena de empeorar las condiciones financieras del país hasta convertirlo en una nueva Grecia, eso sí, tras una penosa travesía diseñada y ejecutada por los mercados financieros a través de la prima de riesgo.

De este modo, España logró salvar el muy amargo trago de la intervención soberana del país, aunque el precio pagado solo podrá contemplarse con el paso del tiempo, como ocurriera con la Roma convertida en cenizas.

El devastador corolario de esta novela es que España ha hipotecado la proyección de su pretérito bienestar y sus estimables niveles de progreso anteriores a la crisis a cambio de una cierta y precaria estabilidad financiera que, en su mayor parte, pagaron los ciudadanos.

Y este es el interminable capítulo que seguirá después del 20 de diciembre, más allá de lo que digan las urnas. Recuerden la más reciente tragedia griega de Syriza.  

Quizá, con un poco de suerte, los ciudadanos nos ahorremos la inconmensurable humillación de asistir indefensos al amordazamiento de todo un pueblo mediante una de las pocas leyes que no ideo Bruselas.