Riesgos de la política filofinanciera y brote populista

10.12.2016 10:33

En el estudio sistemático que trata de las interacciones entre economía y sociedad, los distintos ciclos del análisis científico han extraído dos principios básicos sin los cuales difícilmente entenderíamos los grandes trazos de la peripecia humana a los largo de su historia.

El primero de estos grandes principios establece que las sociedades más avanzadas siempre han estado vinculadas a la eficiencia de los canales de distribución de sus bienes. El segundo principio enuncia que los estados que han gozado de mayores niveles de bienestar son los que han logrado minimizar sus cargas financieras.

Tales principios resultan útiles no solo para examinar los finísimos hilos que interactúan entre Estado, Sociedad y Economía, sino para entender de primera mano por qué hay sociedades más avanzadas que otras, capaces de generar mayores dosis de confort entre sus ciudadanos.

Desde la Revolución Industrial de la segunda mitad del Siglo XVIII, que abrazó a Europa y a los Estados Unidos de América, se ha extendido hasta nuestros días una desmesurada concentración de los mecanismos de producción y de las redes de distribución de los bienes en manos privadas, pilares sobre los que descansan los principios del neoliberalismo económico.

La progresiva privatización de los medios de producción y de los canales de comercialización, paralelamente ha ido despojando al sector público de significativas parcelas de participación y control en tales procesos. Es más, no es extraño que los estados deban asumir pesados costes financieros para acceder a los bienes que salvaguarden la sostenibilidad de los servicios públicos.

De hecho, si por circunstancias excepcionales, los costes de la financiación se disparasen hasta niveles inasumibles por un estado, éste quedaría excluido del recurso a los mercados de capitales para procurarse liquidez, con el consiguiente colapso de su tesorería. Para evitar tal disfunción, los estados no dudan en implementar políticas económicas consistentes con el servicio de la deuda pública, aunque ello comprometa el desarrollo de políticas orientadas al beneficio de los ciudadanos. Esta realidad revela nítidamente la manifiesta subordinación de las políticas económicas de las administraciones públicas a intereses financieros.

Tanto es así que, antes de poner en riesgo el recurso a los mercados para buscar financiación, los estados acometen todos los esfuerzos imaginables para cumplir con el pago de los intereses de la deuda, incluso, aunque pudiera acarrear el empobrecimiento de los ciudadanos, sea en prestación de servicios, en gravámenes fiscales o en ambas cosas a la vez.

Esta incontrovertible realidad en absoluto decanta a este Espectador por las viejas teorías que tratan de los beneficios de la estatalización de la economía. Honestamente, creo que la falta de un amplio y eficaz ámbito de competencia en la actividad económica es el mejor método para guillotinar cualquier intento de prosperidad.

Sin embargo, la marginación del Estado en los procesos de elaboración y distribución de los bienes, más allá de la fiscalidad ordinaria, por lo pronto implica la sumisión de las políticas económicas a intereses privados, muy representados en el arribismo estratégico de los mercados financieros. Esto es lo que hemos tratado de sintetizar con el encabezamiento de este artículo.

Puesto que el santo y seña de las políticas filofinancieras es priorizar el interés privado frente al interés público, no es de extrañar que tal dicotomía haya derivado en un conflicto convivencial entre ambas fórmulas, cruzándose miradas de mutua desconfianza en cualquier punto de intersección. Aquí, en este escenario de recelo, es donde podemos fijar el origen del populismo, una corriente en auge en Europa y Estados Unidos.

Las recientes políticas de austeridad económica abordadas en Europa han llevado a un enfrentamiento entre quienes han apostado decididamente por los beneficios de tales políticas y los que se han opuesto a ellas. La falta de resultados inmediatos de la estrategia amparada por el rigor presupuestario ha catalizado este irreconciliable antagonismo.

La resuelta voluntad política para salir al rescate del sistema financiero con recursos públicos, colocó la gestión de la reciente crisis económica en la lanzadera del cuestionamiento y de la crítica multisectorial. Los ciudadanos han contemplado con impotencia e indignación la estrategia de salvación de una parte del sistema financiero, en algunos casos deficientemente gestionado, a la vez que un amplio segmento de la población padecía los rigores de un creciente desempleo, agravado por sus devastadores efectos colaterales.

Tal escenario ha dado alas a la aparición de un mesianismo ideológico, que no ha dudado en promocionar los beneficios de las políticas de exaltación intrafronteriza, atrincherado en espurias, cuando no en delirantes, demagogias y respaldado adicionalmente por una coyuntura particularmente compleja en Europa desatada por la crisis de los refugiados.

Puede que estos grupúsculos oportunistas no lleguen al poder, pero su notoria escalada en el ranking de las preferencias políticas de los electores, constituye un factor de condicionamiento político y social. Hoy en día, no hay proceso electoral en Europa que escape a la alargada sombra del populismo.

Si los gobiernos y la generalidad de los poderes públicos no se esfuerzan para encontrar vías que palien el abismal desafecto que separa a los ciudadanos de sus instituciones tras la gestión de la crisis económica, será difícil que Europa salga indemne de la amenaza de un populismo que avanza en su espacio social, político y económico.

Quizá sea prematuro hablar en estos términos, querría pensar que no, pero en los últimos meses este Espectador tiene la sensación de que Europa asiste a un cambio de actitud en la férrea defensa de las políticas de austeridad económica, tal vez persuadida de que semejante obstinación llevaría a un triunfo inexorable y generalizado del populismo. Quién sabe si Francia y Alemania podrían ser los próximos paradigmas.

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 (1) Existe un amplio repertorio de teorías sobre tales materias entre las que destacan las clásicas por excelencia: “El Capital” de Karl Marx  y “Economía y Sociedad” de Max Weber.