El sueño del pelícano

16.11.2016 20:26

Las cosas siempre pueden ir a peor. Es verdad, solemos perder de vista las viejas, útiles y certeras máximas cuando nuestro pequeño mundo está en orden, cuando creemos que la bonanza se nos ha instalado para siempre. Nunca es así.

Rajoy primero, el PSOE después y Trump un poco más tarde me han trasladado en volandas a la realidad, me han sacado de la falsa taumaturgia, del suave letargo de la ensoñación.

Créanme, a este espectador no le guía la ideología, ni el rencor, ni siquiera el furor adolescente (ya no es posible), simplemente contempla el entorno y no le gusta lo que ve, nada más. Mis disculpas a los que sí les gusta, mi intención no es ofenderles.

Desde este hermoso exilio en donde vivo, raramente suelo tener noticias de mis viejos amigos del mundanal ruido. Sin embargo, en los últimos días, desde que Donald ganó a Hillary, se me acumula el ring-ring del teléfono en el salón de mi hogar para el asombro de mi esposa, de mi perra Katia y de mí mismo.

 ¡Algunas de esas llamadas hasta proceden del extranjero!  He tenido un subidón de autoestima.

-         ‘¡Hola Manolo!, ¡cuánto tiempo!, ¿cómo estás?’.

Por un momento llegué a creer, casi con infantil vehemencia, que las insondables razones del azar se habían puesto de acuerdo para, de golpe, reencontrarme con una parte de mi pasado. Pero, poco a poco, mi gozo se iba desvaneciendo cuando, al ritmo de las protocolarias salutaciones, mis buenos amigos me planteaban la misma cuestión una y otra vez:

-         ‘Oye, ¿qué te ha parecido lo de Trump?’

No sabía qué decir, tenía pavor a que mi respuesta decepcionara a mis interlocutores, a mis, súbitamente, recuperados amigos.

Había oído en los medios que el triunfo de Trump pilló a contrapié al gran público, así, en general; que más de medio mundo estaba trastornado y deprimido por aquel inesperado hecho. Esto me inspiró para salir del atolladero lo más dignamente posible.

-         ‘¡Pues estoy atónito, no lo esperaba!’, respondí, enfatizando el tono de mi voz para darle más credibilidad y dramatismo. Entendí que esa era la única respuesta para salvar mi reputación.

-        'Y ahora, ¿qué va a pasar?’

La pregunta era como el inexorable requerimiento que nuevamente pondría a prueba mi talento para la improvisación. El asunto se me iba complicando cada vez más.

-         ‘No sé, no sé, esto huele a desastre’, contesté, sin apenas concederme un instante entre pregunta y respuesta. Sentí que debía trasmitir la inquebrantable certeza de que la ubicación rural de los últimos tres años de mi vida no había dejado rastro en mis reflexiones más sesudas.

Sin pretenderlo, mis amigos continuaban poniéndome a prueba.

-         ‘El mundo de la economía y de las finanzas está muy tocado por el tema Trump, ¿tú qué  crees?’

La dificultad para salir del paso ya me resultaba casi irresistible. Mis agolpados interlocutores, algunos de ellos economistas de prestigio, esperaban una respuesta convincente y original, una pista que arrojara alguna luz en medio de las tinieblas. No la tenía.

Entonces, espoleado por la ineludible necesidad, espeté:

-         ‘¡El Sistema!, ¡el Sistema meterá en cintura a Trump! ¿Tienes noticia de que algún candidato haya cumplido con su programa electoral tras ser elegido presidente?’, dije ufano.

Puro exotismo, lo que siempre había sido el objeto recurrente de mis más delirantes reflexiones, se había convertido en mi único salvavidas, en mi única vía de escape argumental.

-         ‘No os preocupéis, el Sistema se encargará de poner a Trump en su sitio’, insistí.

Esta respuesta me había dado un poco de oxígeno. Tal vez, para algunos de mis amigos, no era la solución definitiva a tanta inquietud desatada pero, al menos, el argumento parecía verosímil, tenía una cierta lógica.

Pero pronto volvió la zozobra a mi ánimo.

-         ‘¿Y si el Sistema se sube al carro de Trump? Estoy pensando en el Tea Party, por ejemplo’. Esto fue como una puñalada trapera de uno de mis mejores y más admirados amigos. Con toda franqueza, carecía de una respuesta que me sacara del brete.

-       ‘Si eso ocurre, se acabó el sueño del pelícano’, le respondí en un tono entre críptico y altanero, como quien quiere morir con toda la dignidad posible ante su verdugo. Era mi último cartucho.

-       ‘Pues no había pensado en ello’, me dijo. 

Me quedé estupefacto, no podía imaginar que mi buen amigo, siempre tan pragmático, tuviera referencia del viejo Bestiario de Rochester, donde se menciona las innumerables y magníficas cualidades del pelícano. Un ave formidablemente versátil, capaz de resucitar a sus polluelos o de convertir el agua salada en aguda dulce.

-         ‘¿Sabías que el pelícano todo lo hace bien menos caminar por tierra firme?’, le pregunté a mi buen amigo.

-         ‘Sí, sí lo sabía. ¿No era ese su gran sueño?’

Ahí se acabó nuestra conversación sobre la victoria electoral de Trump. No hubo más que decir. Nos emplazamos al término del partido Inglaterra vs España para comentar las mejores jugadas.