La economía que quiero o mi tercera vía

30.04.2020 11:44

No es casual el título elegido para este artículo. La otra opción era “La economía que no quiero”, pero me pareció empezar mal con un enunciado negativo. Uno de mis propósitos en la vida es tratar de ser lo más inclusivo posible y evitar toda tentación de exclusión. Solo el instinto de supervivencia o el sentido común podrían cambiar esta ecuación.

En estos meses particularmente inciertos, la catástrofe sanitaria ocasionada por la pandemia del Covid-19, invade, con gran complejidad, todos y cada uno de los rincones de la interacción humana. Tal coyuntura invita a reflexionar y a tratar de descifrar siquiera, alguna, de las múltiples incógnitas que eclipsan nuestro futuro.

Puestos en escena, creo oportuno expresar mi firme convicción de que los bienes de este mundo están al servicio del hombre y no al revés. “The world belong to man”, en palabras del empirista Francis Bacon. Ahora puede ser un buen momento para recordarlo.

Que la Economía está en este mundo por la mano del hombre, creo que es una afirmación que merece el título de axioma. Aún más, si no fuera por la existencia humana, la Economía sería tan nonata como inútil. Dicho de otro modo, la existencia de la ciencia solo se explica por la presencia del hombre, ofreciéndose siempre como el único recurso para doblegar los desafíos del azar.

Pues bien, 64 años de vida dan para algunas cosas y, una parte de ellas, me ha enseñado que el hombre tiende a instrumentalizar sus creaciones confinándolas, demasiado a menudo, en un ruin espacio de egoísmo, incluso cuando las más adversas circunstancias demandan generosidad. Es precisamente el caso que ahora nos ocupa.

La Economía forma parte del exclusivo universo que subraya los generosos límites de su  aplicación colectiva. Dotada de una espléndida naturaleza, la Economía refuerza su eficacia cuanto más restringe los esfuerzos para usarla. Una economía abierta, expansiva, moderna y flexible reúne los componentes óptimos para satisfacer las necesidades de quienes dependan de su gestión. En sentido opuesto, una Economía fundamentalista, nunca ha sido la más útil.

Ello nos permite afirmar que criterios económicos exclusivamente asentados en principios neoliberales fallan en la medida en que su ámbito de aplicación es restringido. Por ejemplo, la financiación de los estados a través de los agentes del mercado queda encorsetada en el estrecho ámbito de la especulación. Es cierto que se trata de un yacimiento rápido y sencillo para la obtención de recursos, pero no es menos cierto que supone ligar la suerte de un Estado a los muy condicionales arbitrios de la especulación. ¿No es asumir demasiado riesgo?

En este punto, me llamó la atención una propuesta del economista y exministro, Miguel Sebastián, quien abogó por la nada desdeñable opción de que los bancos centrales compraran directamente deuda pública a las tesorerías estatales. Las ventajas saltan a la vista ya que este modo implicaría un coste de financiación próximo a cero y, por ende, eliminaría la eventualidad de impago. Obviamente, esta propuesta anula la intermediación del mercado secundario por lo que parece inevitable una oleada de fuerte oposición a tal alternativa.

¿Significa esto que deberíamos condenar a muerte a los escenarios neoliberales en favor de una actividad económica estatalizada? En absoluto, pero cualquiera que observe, en estos días de zozobra, el contexto de la economía, particularmente de la microeconomía, se verá sorprendido por la fuerte tendencia del mundo empresarial a demandar soluciones compatibles con un modelo económico socialista. Probablemente, hasta el propio Marx se sorprendería.

Sin ir más lejos, ayer mismo leí que empresas europeas están solicitando a sus gobiernos inyecciones de capital público ya que muchos negocios, golpeados por el Covid-19,  permanecerán largo tiempo funcionando muy por debajo de su capacidad por el límite impuesto por los distintos planes de desescalada.

De este modo, queda en entredicho la obsesión de no pocos economistas por enarbolar los principios neoliberales y excluir al Estado de cualquier iniciativa o tentación “intervencionista”, incluso cuando solo se trata de asegurar un mínimo de bienestar a los componentes más vulnerables de la sociedad.

Con excusas como esta, no pretendo defender aquí en su integridad, un manifiesto firmado recientemente por una larga lista de economistas críticos con los principios neoliberales del sistema económico dominante pero, si después de superar las consecuencias sanitarias de la pandemia no revisamos los fundamentos del sistema económico que rige el mundo, pendularmente volveremos a padecer algunas de sus más clamorosas fallas.

En un artículo reciente, manifestaba mi convicción de que el mundo se mueve dentro de unos  límites acotados por la deficiente distribución de la riqueza y por la precarización del mercado laboral, esto último muy visible en España, por mencionar una economía avanzada. En otras regiones del mundo, ambos elementos constituyen una gigantesca e indisociable parte de la estructura económica y social de sus pueblos. Este camino es insostenible.

Por tanto, encontrar vías que garanticen la estabilidad financiera de los estados, mejorar los ratios de distribución de los bienes y servicios e idear elementos de eficacia para racionalizar las estructuras laborales, son elementos en los que se ha de avanzar necesariamente para el beneficio colectivo. Los resortes públicos no siempre deben permanecer al margen, aunque solo sea en aras de una mayor racionalización de los recursos disponibles.

Con estos pocos enunciados en el centro del debate, emerge una vieja fórmula que podría resultar útil para minimizar los riesgos sistémicos derivados de las insondables amenazas que, ocasionalmente, golpean nuestro estatus global. Un régimen mixto de gestión económica, en que las iniciativas privada y pública convivan eficaz y racionalmente, haría más fuertes nuestras instituciones y el conjunto de la sociedad. Tal vez, solo se trate de afinar más el eclecticismo propuesto por la socialdemocracia de la segunda mitad del siglo pasado, antes de que se diluyera del todo en los postulados neoliberales.