La inexorabilidad del relevo en La Moncloa

19.02.2016 10:09

Zancadilleado por una de esas pocas cosas de la vida que dejan un surco permanente en el ánimo, regreso a casa todavía algo aturdido. Ahora, que vuelvo a estar por mis lares, quiero compartir con vosotros algunas divagaciones que, pese a todo, he ido elaborando en la cocina de mis sesos al hilo de lo que es obligado para un espectador de vocación.

Al socaire de alguna de las cosas que uno oye por ahí, se me vienen a la cabeza aquellos gruesos trazos del recuerdo que, sin saber muy bien si es ensueño o parte cabal del pasado, arremete contra la inteligencia hasta hender el espíritu.

Hoy, como muchas veces antes, vivimos sumergidos en la incertidumbre hostigados por la sublime pregunta de si es preferible tener un amigo que roba a uno que tiene flato. No, no se rían que es cuestión muy seria y principal.

¿Qué nos puede proporcionar más rédito, un amigo ladrón o uno con problemas de aerofagia?

Pues como diría el clásico Ateneo de Náucratis,  ’si el corazón no te alcanza para verlo, inténtalo con los ojos’. En este caso, el corazón y los ojos nos enseñan lo mismo: si tengo que elegir, nunca será el ladrón.

Pero puestos a quedarnos con el menos feo, no podemos pasar por alto el hecho irrefutable de que las ofrendas rara vez salen gratis, que siempre hay que pagar un precio por la opción menos dolorosa.

Como ya os dije tiempo atrás, en política, casi siempre se nos obliga a elegir entre lo malo y lo peor, provocando en alguno de nosotros una angustiosa y contumaz zozobra. Pero no, no nos preocupemos en exceso puesto que, en esta ocasión, nosotros ya no debemos elegir, ya lo hicimos el pasado 20 de diciembre. Ahora a otros les toca elegir, ahora podemos sentirnos aliviados, despojadas nuestras espaldas del  grave peso de nuestra decisión. El futuro, ya no está en nuestras manos.

Ha llegado el momento de que elijan otros al amigo ladrón o al amigo con flato, a ellos les toca ingerir el trago amargo. A nosotros se nos dio a elegir entre ellos y ahora ellos deben elegirse entre sí. Nunca sabremos con certeza que es mejor o peor, pero nadie nos prohíbe imaginarlo.

Colocado, sin quererlo, en este muy ramplón escenario, hace tiempo que llegué a la conclusión de que alguno de ellos preferirá elegir empujado por desvaídos criterios doctrinales que, aunque despellejados de su esencia, impregnarán más en la opinión pública como una oportunidad para la recuperación del decoro político que como la continuidad de su irredenta degradación. Tal vez, por razones como esta, podríamos salvarnos de unas nuevas elecciones que, además de no cambiar mucho el escenario, sacaría los colores a un pálido presidente en funciones que sigue empapado de mayoría absoluta.

O quién sabe, quizá el ‘¡ahora o nunca!’ podría ser la razón de mayor peso para que alguno de ellos prefiera pactar el relevo en La Moncloa. Veremos.