La miseria de la Historia

03.05.2020 12:59

Ahora que los estafadores explotan en Internet un amplio repertorio de trucos para llevar a cabo sus fechorías, no convendría perder de vista que no son los únicos que viven del engaño. Podríamos decir, sin ánimo de polemizar, que existe otra raza de rufianes que tiende a disfrazar su perverso talante con métodos muy depurados. Estamos hablando de algunos políticos, ese descomunal cajón de sastre.

Nada más lejos de mi ánimo que pretender meter a todos los pollos en la misma granja, pero no creo exagerar si digo que esta granja está particularmente alborotada. En los últimos años es raro no ver a un político involucrado en un mal paso, esos pasos que acaban en un escándalo, en un juzgado o hasta en una cárcel. Claro que, cuando el político hace política, el resultado aún puede ser peor.

¿Quiero decir que todos los políticos gustan del delito o de la vida licenciosa? No, pero como decíamos, hay demasiado ruido en la granja, aunque el mayor estrépito proceda de una minoría.

“Lärm braucht wenig”, frase atribuida al filósofo alemán, Arthur Schopenhauer, para quien el ruido no necesitaba de mucho espacio para resonar. Ignoro si se refería a espacio intelectual o a espacio físico.

Es el caso, que el político de nuestro tiempo tiene una gran habilidad para hacernos creer que su oficio es el más importante del mundo, que las demás ocupaciones deben estar subordinadas a sus decisiones y que su sola presencia nos asegura una vida idílica mientras su ausencia nos abre las puertas del infierno. Nada de esto tendría importancia si no fuera porque las acciones del político acostumbran a tener gran resonancia.

Pero si nos alejamos un poco de la perspectiva inmediata del político, tal vez caigamos en la cuenta de que su papel no es tan relevante, de que una parte no pequeña de su cometido es más aparente que sustantiva. Recuerdo con cierta nostalgia aquellos meses en que España sobrevivió con un gobierno en funciones sin grandes quebrantos. Más bien, la falta de actividad parlamentaria fue como una declaración de alto el fuego entre sus señorías, los cuchillos dejaron de sobrevolar por el hemiciclo, regalando un alivio al país.

Pero tras ese balsámico paréntesis, el quehacer parlamentario volvió a su rutina pertrechado, si cabe, de más músculo pugilístico, regando de pólvora todos los rincones de nuestra geografía. Pero no caigamos en el desánimo, la bronca política solo es bronca política pese a que el estrépito sea ensordecedor y parezca ocuparlo todo.

Uno, que no acaba de acostumbrarse a tanto ruido, siempre albergó la sospecha de que algo extraordinario, algo como esta pandemia, pudiera hermanar los colores de la ‘ideología’. Lejos de ello, parece que el virus ha desatado aún más la furia de todos contra todos o, dicho con mayor rigor, de todos contra el Gobierno. Lástima que la desgracia tampoco haya logrado confraternizar a sus señorías. El mensaje no puede ser más desolador para los ciudadanos.

El general Charles de Gaulle (que antes que presidente de la república francesa fue general), vio primorosamente, como en medio del jaleo solo había tiempo para salir del jaleo. Una vez superado el conflicto, habría tiempo para todo lo demás. “¡Ahora, Francia solo tiene tiempo para salvar a Francia!”, proclamó el general, en plena ocupación nazi entre el entusiasmo de no pocos ciudadanos. ¿Se imaginan que ocurriría si al presidente Sánchez proclamara algo parecido en plena crisis pandémica? Mejor no hagamos apuestas.

Si el Covid-19 nos enseña algo todos los días, además de sus terribles consecuencias sanitarias y económicas, es la endémica incapacidad de la clase política española para levantar una frontera entre lo accesorio y lo sustantivo de la gestión pública. Repartirse un puesto en la mesa de la presidencia del Congreso de los Diputados puede no pasar de ser una anécdota más o menos enojosa, pero debatir sobre el sexo de los ángeles mientras el país sufre horrorizado los efectos letales de un virus devastador, más que una anécdota, entra en el terreno de la grave irresponsabilidad sino del fraude político.

De Gaulle no solo se dio cuenta de que Francia necesitaba liberarse de la ocupación nazi por encima de cualquier otra consideración más o menos patriotera, además contó con el inestimable respaldo de los que no compartían sus principios ideológicos.

Fatalmente, España continúa dividida en dos bloques irreconciliables sin que sus políticos, incluidos los de la nueva generación, quieran dar el salto definitivo para cerrar las viejas heridas. Otros países, que pasaron por circunstancias, más o menos, semejantes, lograron pasar página y eso nos penaliza con demasiada desventaja.