La palabra innombrable

07.01.2014 09:00

 

Llegado este momento que alumbra un nuevo año, el Perplejo Espectador esboza una tímida sonrisa al vislumbrar un horizonte económico algo más benigno -¿o debería decir algo menos maligno? - que esa siniestra sucesión de años que han acompañado a los españoles desde que comenzara la crisis allá por el 2007.

¿Tenemos derecho a albergar la trémula esperanza de que las cosas mejoren solo un poco? ¿no ofenderemos a nadie si nos abrimos paso en el escenario devastado por el horror de la crisis con la vaga ilusión de toparnos con un brote verde?

Llegado este momento, nadie osa a pronunciar la palabra mágica para evitar despertar el maleficio. Todos tenemos grabada a fuego esa palabra en las entrañas, pero nadie se atreve a pronunciarla por temor al gafe. Es como un acuerdo tácito, como un gran pacto de silencio.

El Perplejo Espectador escucha casualmente una corta conversación entre dos mujeres que guardan cola ante un pequeño local donde un joven remienda zapatos y hace duplicado de llaves:

- ¿Cómo está tu sobrino Luisito?, le pregunta una mujer a la otra.

- Está mejor, gracias. Ya ha salido del hospital, pero el médico ha dicho que ahora toca una lenta recuperación.

El Perplejo Espectador empalidece, cae presa de un temblor indomable.

¡¡RECUPERACIÓN!!, ha dicho ¡¡RECUPERACIÓN!! ¡¡No, no es posible!!, con toda seguridad habré oído mal.

Nadie quiere hablar de eso, ni siquiera nadie se atrevería a cruzar una mirada de complicidad en la sospechada buenanueva por temor a que el Gran Hermano lo frustre todo y volvamos a la miseria.

Si eso llega, la palabra innombrable, entonces es posible que el Gobierno deje de ser el mayor enemigo del ciudadano, que Luisito renueve su viejo ordenador para acelerar su convalecencia y que Ana mejore el ornamento de su hogar con una botella mejor decorada, una botella que luce en la vitrina y que nadie sabe para qué sirve.