LOS CLÁSICOS ESPAÑOLES

23.10.2014 07:59

-          De qué hablamos hoy, ¿de economía?

-          No, pretendía hablar de un clásico español.

-          Entiendo. Usted quiere hablarnos de Falla, de Albéniz, o de Granados, ¿no?

-          Pues no, quería hablar de la nueva oleada de corrupción que nos invade.

-          Ya.

-          Es que, esta tarde (por ayer), un amigo mío que vive en Londres, me ha enviado un sms preguntándome qué estaba pasando en España. Me decía que algunas cadenas de TV habían abierto sus noticiarios diciendo que España está de corrupción hasta  las orejas.

-           ¿Y qué más decían?

-          Pues ha sido bastante gracioso, porque se veía a Rejoy (por la descripción, debía estar en los pasillos del Congreso) y a un grupo de periodistas dispuestos a preguntarle sobre un tal Aceves y a Rajoy se le veía muy apresurado para escurrirse de la situación.

-          ¡Vaya! ¿y  qué más decían?

-          No entraban en muchos detalles, pero lo curioso era ver al presidente de un país, con la cara muy seria, tratando de esconderse a toda pastilla para eludir las preguntas de la prensa.

Eso, en Inglaterra, resulta muy sorprendente. Se hacen parodias con este tipo de cosas.

Por mi parte, debo admitir que este asunto me irritó, no sé muy bien si por el tono maliciosamente sarcástico que adiviné en esta historia o porque me espetó en la cara, una vez más, que la corrupción es como el pan nuestro de cada día entre la indiferencia de quienes más deberían enrojecer por el escarnio.

No sé a ustedes, pero a mí me resulta imposible asumir que la corrupción, a este inaceptable nivel, es un mal con el que debemos aprender a convivir sin remedio.

¿Cómo se puede esperar que el ciudadano empatice o respete a sus representantes políticos, empresariales o sindicales cuando son objeto de portada diaria, en el mejor de los casos, sospechosos de conductas reprobables.

Probablemente ya hace mucho tiempo que se ha cruzado la frontera de lo tolerable en este asunto y difícilmente puede exigirse, sin enrojecer, más esfuerzos a un pueblo que ha perdido la confianza en sus más sacrosantas instituciones.

Pero, ¡no se preocupen!, la próxima vez le pediré a mi amigo, el mismo que tiene un amigo en Londres, que nos hable de Falla, de Albéniz y de Granados.

FIN