MILAGRO O ACTO DE FE

12.01.2015 09:11

Como hace muchos años que un servidor dejó de creer en los milagros (en realidad nunca creí en ellos desde que tuve uso de razón), debe tratarse de un acto de fe.

Pero, por pocas nociones que se tengan de Economía, parece un acto de fe aceptar las reflexiones del Gobierno sobre la recuperación. Más difícil aún resulta aceptarlo de algunos economistas que, pertrechados en una sui géneris hermenéutica de datos y estadísticas, hacen suyos los argumentos oficiales que, no solo subrayan la exuberancia de la economía española, sino que además la sitúan en la cúspide de la élite europea. En este caso, en orden a una presunta cualificación intelectual, ni siquiera podríamos atribuirlo a la cándida fe del carbonero.

Parece obvio (perdonen la petulancia del término) que una economía que padece una tasa de desempleo cercana al 25 por ciento difícilmente puede asegurarse una coyuntura de crecimiento sostenible. Si, por añadidura, este crecimiento se sitúa a la cabeza de la expansión europea, parece razonable pensar que algo grave sucede en la economía del viejo continente.

La primera consecuencia que se desprende de una elevada tasa de desocupación como la española apunta a que el consumo de las familias representa un lastre para el potencial de crecimiento del PIB. Si por algún exótico motivo esto no fuera así, entonces habríamos de pensar que la economía sumergida desempeña un papel mucho más relevante del que se baraja comúnmente (en torno al 20 por ciento), con el consiguiente efecto pernicioso sobre la fiscalidad. Pero, lejos de mostrar preocupación por esta materia, el Gobierno parece crecientemente satisfecho por la evolución del frente recaudatorio.

Adicionalmente, el proceso deflacionista que atraviesan los precios en España (también en Europa) implica que se pospongan las decisiones de consumo e inversión, con las consecuencias fácilmente deducibles para el crecimiento. (1)           

Finalmente, no debemos subestimar el ‘efecto diacrónico’ (muy recurrente en los campos del análisis psico-sociologico), que muestra una correspondencia temporal inversa entre la introducción de una variable y la respuesta que genera entre los agentes involucrados.

En esencia, tal efecto emerge al constatar que el uso reiterado de un mensaje destinado a un amplio espectro social suele generar una interpretación dicotómica en base a la posición socio-económica del receptor. En este caso concreto, los mensajes optimistas del Gobierno sobre la evolución de la economía alienta el consumo de quienes tienen un elevado potencial para consumir (en la práctica, éstos nunca han dejado de consumir), pero excita la cautela entre quienes el potencial de consumo es restringido puesto que introduce en éstos un conflicto de percepción entre el mansaje y su realidad. Sin duda, en el terreno de las ciencias aplicadas, todavía queda un amplio repertorio por explorar.

Semejantes reflexiones nos llevan a sospechar en una burda incursión del sofisticado terreno de la política en el resbaladizo territorio de las ciencias humanas. No descubrimos nada original si afirmamos que este es un hecho tan inevitable como particularmente fértil en periodos electorales y, desde luego, más allá de siglas concretas.

Como ya hemos comentado en alguna otra ocasión, la estrategia gubernamental y hasta paragubernamental de exaltar los logros económicos (que en el terreno de la financiación pública son incuestionables) podría tener el efecto contrario al deseado en un contexto social dominado por los muy versátiles tentáculos de la información. Permítanme por ello la presunción de que al ciudadano común difícilmente se le escapa el tradicional binomio ‘periodo electoral-propaganda oficial’ lo que suele interpretarse – con excepción de los incondicionales – más como un elemento de deshonestidad política que de realidad tangible.

Desde hace varios meses estamos observando un cierto histrionismo del Gobierno en esta materia, lo que nos hace sospechar que en La Moncloa existen elementos de estrés no ajenos a recientes sondeos sobre intención de voto. A este respecto cabe mencionar la relación directa y, más o menos proporcional, entre un nivel creciente de estrés y una escalada de la propaganda oficial, especialmente visible en los medios públicos de comunicación.

Veremos si en los próximos meses continúa o, eventualmente, se acentúa esta estrategia preelectoral. Sin duda, los sondeos futuros marcarán el paso.

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  1. Con relación a esto, podríamos abrir un debate sobre la definición técnica de ‘deflación’ y la ambivalencia económica que supone la caída de los precios petrolíferos, como sucede ahora. No obstante, la complejidad de estos dos aspectos, especialmente de este último, aconseja un análisis monográfico sobre los mismos a la vista de su innegable interés.