Política y economía, un futuro incierto

06.11.2015 12:11

Hay cosas que encajan mal en la alquimia de la naturaleza social, una naturaleza definida por el mestizaje y la exuberancia. Es por esto que los humanos tendemos a usar los gruesos trazos de nuestra convivencia como cajón de sastre en el que pocas cosas escapan a su contenido. No estamos diciendo nada muy distinto a lo que ya planteó Max Weber en su ‘Economía Y Sociedad’.

La arbitrariedad humana siempre ha colocado a la política y a la economía en el mismo espacio de interacción pese a su genuina incompatibilidad. El resultado de ello no suele ser satisfactorio.

Ahora asistimos a uno de esos momentos en los que se pone claramente de manifiesto la repulsión entre ambos ámbitos – política y economía – en un archiconocido escenario de combate para los ciudadanos europeos.

Madrid y Bruselas discrepan abiertamente sobre sus proyecciones macro relativas a la economía española. Ambos se miran desafiantes sobre un cuadrilátero diseñado, sobre todo, en clave política.

¿Quién lleva la razón?, ¿cuál de los dos pronósticos sintoniza mejor con los acordes que emite la economía española? Honestamente, no tengo una respuesta verosímil para esta cuestión.

Hagamos un pequeño ejercicio de reflexión ad hoc.

Tanto el calendario electoral en España como la incondicional militancia de Bruselas en el fundamentalismo germano, me inspiran dudas sobre la necesaria asepsia que exige cualquier intento serio de elaboración presupuestaria.

Pero estoy persuadido de que mis dudas serían aún mayores si procediéramos a desmenuzar los múltiples criterios de cuantificación en el cálculo de las cuentas públicas, donde las excepciones contables se han convertido, a veces inabordablemente, en un enigma habitual. Es ahí donde radican las mayores discrepancias entre las proyecciones de la Comisión europea y las del Gobierno español.

El asunto carecería de mayor importancia - considerando que los pronósticos en materia macroeconómica raramente son refrendados por la realidad  – si no fuera por la eventual participación del mundo financiero en esta disputa. Muchas veces lo hemos advertido  y, probablemente, continuaremos advirtiéndolo muchas veces más: si los mercados perciben una manifiesta incompatibilidad presupuestaria con el cumplimiento de determinados objetivos macroeconómicos, entonces tendremos serios problemas.

Este inquietante horizonte hace especialmente sensible la elaboración de las grandes cuentas del Estado. Éstas no solo deben reflejar un riguroso diseño de los números en base al escenario cíclico de la economía y de su verosímil evolución, también exige una razonable simetría con las expectativas de los mercados financieros. Las posibles discrepancias en este ámbito son tan peligrosas como tratar de sondear la profundidad de un barranco mientras conduces tu vehículo. Thelma y Louise ya lo intentaron.

En varias ocasiones, hemos insistido sobre algunas asimetrías en la evolución reciente de la economía española que, cuando menos, suscitan algunas dudas sobre la consistencia de su sostenibilidad.

La tasa de expansión del Producto Interior Bruto, que ha situado a España a la cabeza del crecimiento de los principales países de la zona del euro, no parece consistente con la lenta progresión de su mercado laboral, ni siquiera considerando la modesta calidad salarial generada por los yacimientos de empleo, muy concentrados en el sector terciario y, por consiguiente, expuestos a una considerable temporalidad.

Por otra parte, el creciente endeudamiento de la administración pública, además de constituir una amenaza para la calificación crediticia del país, tiende a estigmatizar la confianza inversora. Afortunadamente, el perfil positivo de la renta variable, la ausencia de tensiones inflacionarias y los bajos niveles de los tipos de interés contribuyen a no dramatizar en exceso un nivel de endeudamiento que, al menos técnicamente, ya es intolerable.

Las discrepancias presupuestarias entre Madrid y Bruselas solo tendrían un sesgo meramente anecdótico si los mercados financieros percibieran el pugilato como una mera disputa en el terreno de la confrontación política, nada infrecuente dentro de los límites de la moneda única. Ahora bien, si la contienda cruza la línea de la confianza financiera, entonces veremos resucitar los peores fantasmas del pasado, cuando el temido rescate era motivo de insomnio para muchos, convirtiéndose en el árbitro implacable del devenir político, económico y social del país o, si lo prefieren, en el justiciero de los excesos del pasado.

Así las cosas, no descartemos la eventualidad de que los ciudadanos españoles debamos estar listos para padecer, tras las elecciones del 20 de diciembre, una nueva oleada de austeridad económica que, pese a quedar lejos de los peores momentos de los últimos tres años, sí pueda producir la amarga sensación de que damos unos cuantos pasos atrás en el voluntarista camino hacia la recuperación económica.