SINCRETISMO Y REDES

19.05.2020 13:12

Los que carecemos de padrino, vimos en esto de las redes sociales una buena oportunidad para asomarnos a una ventana y mostrar nuestras opiniones, habilidades, sentimientos o simplemente compartir alguna de esas cosas que de otro modo hubiera sido imposible.

Después de unos cuantos años “redeando” por las distintas modalidades de la virtualidad literaria, tengo la sospecha de que, a lo que a mí respecta, he ido acumulando más opositores que amigos. Nada que objetar al respecto si no fuera porque los opositores, a veces, parecen transformarse en fieros enemigos.

- “¡Vaya sociólogo de mierda!”, “más bien pareces un arrastrado carroñero”. (Espero que me sepan perdonar lo escatológico del lenguaje).

Creo recordar que estos reconfortantes calificativos me llegaron después de que un servidor hubiera expresado su conformidad con alguna opinión publicada en Twitter por la exalcaldesa de Madrid, Manuela Carmena.

A partir de ese momento, intenté afinar con más esmero mis manifestaciones en las redes con la firme intención de no ofender a nadie y ponerme a buen recaudo de tan amistosos halagos. No fue tarea fácil ya que siempre – con excepción de algún inevitable descuido -- he procurado afilar bien el lápiz para evitar este tipo de conflicto. No estoy muy seguro de haberlo conseguido.

Justo es decir que, además de chocar con tan ásperos interlocutores, también he sentido el calor de un puñado de almas caritativas que me hacen llegar sus beneplácitos o desacuerdos con una exquisita prosa, animándome a seguir brujuleando por mares tan tempestuosos.

Pese a éstos últimos, la todavía muy asimétrica relación, me hizo dudar entre seguir transitando por los peligrosos barrios de la agresión o abandonar la aventura de las redes y cerrar para siempre esa pequeña ventana abierta a la intemperie.

No sin antes consultar a mis allegados, decidí continuar en la brecha alentado por la convicción de que los simples mortales ya renunciamos a bastantes cosas a lo largo y ancho de nuestra vida como para cerrar las pequeñas válvulas del alma.

No hace mucho tiempo, escuchando a uno de mis oráculos de cabecera (el expresidente de Uruguay Pepe Mujica) me confirmó lo que yo sospechaba desde que comencé a flirtear con el sentido común. “¿Por qué vas a renunciar a las pequeñas cosas si raramente podrás elegir entre las grandes?”

Aquellas palabras fueron como el espaldarazo definitivo que necesitaba para seguir abriéndome camino por los vericuetos que he elegido, equivocadamente o no, a lo largo de mi vida.

Un buen día, o mejor debería decir un mal día, nos encontramos confinados en nuestros hogares sin poder hacer una de las cosas más simples que cabe imaginar: comprar el periódico y leerlo, acompañados de la agradable brisa mañanera, sentados en el banco de un tranquilo parque cercano a nuestra casa. ¿Podemos concebir un mayor atentado a la libertad individual que prohibirnos esta pequeña delicia cotidiana? Difícilmente. Pero si aceptamos ese “intolerable” acto de agresión como una decisión responsable y solidaria para que en el futuro podamos seguir comprando y leyendo tranquilamente el periódico, tal vez cambiaría no poco nuestra primera percepción.

Y si a pesar de nuestra mejor voluntad, resulta imposible lograr un cierto sincretismo en las redes, al menos intentemos establecer un pacífico intercambio de opiniones. Seguro que sacaremos más provecho que enojo.

Entretanto, un servidor se compromete a perseverar en trasladarles algunas de estas mínimas reflexiones con la esperanza de que, si no las comparten, al menos tampoco sean motivo de gran enfado.