Soliloquios del Perplejo Espectador

23.04.2020 11:47

Quizá sea por deformación profesional o por chafardeo, el caso es que
siempre intento escudriñar en la cara de la gente algún rasgo que me
ilustre sobre su personalidad, que me diga algo de su talante.
Cuando se trata de un político, raramente logro mi detectivesco
propósito, difícilmente veo en él algo distinto a lo que vería en un
florero. Diría que en lo más profundo del político no hay emociones.
Le he visto, sí, guardar un minuto de silencio por cualquier hecho
desgraciado pero, más allá del evento protocolario, nunca vislumbro
algo que me ilumine sobre lo que piensa o siente.
Qué distinto se exhibe el político cuando existe un horizonte
electoral. Entonces su rostro parece resplandecer espoleado por un
ejército desbocado de gesticulación, como si se tratara de un concurso
de muecas.
En estos días de pesadumbre en que un virus ha dado rienda suelta a la
desgracia en un mundo “tsunamizado” por el silencio, el político
tampoco es capaz de trasmitirnos siquiera un poco de confianza.
Basta con poner cara de puchero cuando hay que decir las peores cifras
del coronavirus y ya está, asunto concluido.
Repite una y otra vez que el futuro que nos viene va a ser doloroso, lo
mismo que diría el médico mediocre a su paciente cuando le vaticina
días de pesadumbre por una grave enfermedad.
¡No me diga lo que ya sé, dígame lo que no sé, algo que me deje bien
claro que usted está ahí porque sabe mucho más más que yo!

Pero como siempre hay un objetivo electoral de por medio, vemos como
los políticos se despellejan cada vez que tienen oportunidad de
debatir unos contra otros. No importa lo que hagan o lo que digan si
en el ambiente olisquean un cierto aroma electoral entre una cohorte
de sondeos trucados y prensa carroñera.
Inerme, el ciudadano es obligado a asistir todos los días a un relato
de terror a la vez que, abatido, intenta imaginar su vida futura con
muchas más incertidumbres que certezas, nada le es seguro.
Y lo peor llega cuando absortos por una ingenua incredulidad, nos
cuentan que por las redes sociales, intentan colarnos gato por
liebre. Bulos y noticias falsas pululan sin recato para distraer
nuestra atención, para envenenar nuestra cándida ignorancia.
Ya no basta con la mentira ocasional para asaltar el poder, ahora
algunos lo intentan con la mentira como sistema enmascarándola de
libertad de expresión.
Cuando esto sucede, en un momento en que la desgracia impide
hasta despedirse de los muertos, el rédito del infortunio se convierte
en la misma representación del mal, de la náusea, del vómito.